En una soleada mañana en el Vaticano y ante una Plaza de San Pedro abarrotada, entre quienes estaban unos 40 mil adultos mayores, el Papa Francisco presidió el Encuentro con los ancianos y abuelos a quienes alentó a custodiar y transmitir la fe, y a luchar contra la cultura del descarte del mundo actual.
En el evento en el que participó el Sumo Pontífice Emérito, Benedicto XVI, y en el que dieron su testimonio diversos ancianos que logró huir de la persecución del Estado Islámico en Irak, el Papa Francisco resaltó que "la vejez, de forma particular, es un tiempo de gracia, en el que el Señor nos renueva su llamado: nos llama a custodiar y transmitir la fe, nos llama a orar, especialmente a interceder; nos llama a estar cerca de los necesitados".
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En un ambiente de fiesta en el que también participó el tenor italiano Andrea Bocelli, el Santo Padre resaltó asimismo que "los ancianos, los abuelos tienen una capacidad para comprender las situaciones más difíciles: ¡una gran capacidad! Y cuando rezan por estas situaciones, su oración es más fuerte ¡es poderosa!"
En sus palabras para el evento que llevó como título "La bendición de la larga vida" y luego de escuchar las palabras de agradecimiento de Mons. Vincenzo Paglia, Presidente del Pontificio Consejo para la Familia, el Papa afirmó que "a los abuelos, que han recibido la bendición de ver a los hijos de sus hijos, se les ha confiado una gran tarea: transmitir la experiencia de la vida, la historia de una familia, de una comunidad, de un pueblo; compartir con sencillez una sabiduría, y la misma fe: ¡el legado más precioso! ¡Felices esas familias que tienen a los abuelos cerca!"
"El abuelo es padre dos veces y la abuela es madre dos veces. Y en aquellos países donde la persecución religiosa ha sido cruel, pienso por ejemplo en Albania, donde estuve el domingo pasado; en aquellos países han sido los abuelos los que llevaban a los niños a bautizar a escondidas, los que les dieron la fe ¡Qué bien actuaron! ¡Fueron valientes en la persecución y salvaron la fe en esos países!"
El Papa dijo luego que "no siempre el anciano, el abuelo, la abuela, tiene una familia que puede acogerlo. Y entonces bienvenidos los hogares para los ancianos... con tal de que sean verdaderos hogares, y ¡no prisiones! ¡Y que sean para los ancianos - sean para los ancianos - y no para los intereses de otras personas! No debe haber institutos donde los ancianos vivan olvidados, como escondidos, descuidados".
El Santo Padre manifestó también que "me siento cerca de los numerosos ancianos que viven en estos institutos, y pienso con gratitud en los que los van a visitar y los cuidan. Los hogares para ancianos deberían ser los "pulmones" de humanidad en un país, en un barrio, en una parroquia; deberían ser "santuarios" de humanidad, donde los que son viejos y débiles son cuidados y custodiados como un hermano o una hermana mayor. ¡Hace tanto bien ir a visitar a un anciano! Miren a nuestros chicos: a veces los vemos desganados y tristes; van a visitar a un anciano, y ¡se vuelven alegres!"
Sin embargo, alertó el Pontífice, "también existe la realidad del abandono de los ancianos: ¡cuántas veces se descarta a los ancianos con actitudes de abandono que son una verdadera eutanasia escondida! Es el efecto del descarte que tanto daño hace a nuestro mundo. Se descarta a los niños, a los jóvenes y a los ancianos con el pretexto de mantener un sistema económico "equilibrado", en cuyo centro no está la persona humana, sino el dinero. ¡Todos estamos llamados a contrarrestar esta cultura del descarte!"
"Nosotros, los cristianos, junto con todos los hombres de buena voluntad, estamos llamados a construir con paciencia una sociedad diversa, más acogedora, más humana, más inclusiva, que no necesita descartar a los débiles de cuerpo y mente, aún más, una sociedad que mide su propio "paso" precisamente sobre estas personas".
Para concluir, el Santo Padre aseguró que "como cristianos y como ciudadanos, estamos llamados a imaginar, con fantasía y sabiduría, los caminos para afrontar este reto. Un pueblo que no custodia a los abuelos y no los tratan bien no tiene futuro: pierde la memoria, y se desarraiga de sus propias raíces. Pero cuidado: ¡ustedes tienen la responsabilidad de mantener vivas estas raíces en ustedes mismos! Con la oración, la lectura del Evangelio, las obras de misericordia. Así permanecemos como árboles vivos, que aun en la vejez no dejan de dar frutos".