El Arzobispo Primado de México, Cardenal Norberto Rivera, dijo que es en el tiempo y en la tierra en donde los cristianos debemos demostrar que Cristo sigue vivo.
En su homilía por la fiesta de la Ascensión del Señor, el Purpurado explicó que este día "nos revela abiertamente el triunfo de Cristo y nuestro destino final" y además "nos revela también nuestra vocación terrena, lo que tiene que ser nuestra vida cristiana sobre la tierra"
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La vocación de los cristianos, indicó es "ser el rostro de Cristo, ser la presencia visible del que ha subido a lo más alto de los cielos, 'del que está por encima de todos los ángeles, principados, potestades, virtudes y dominaciones, y por encima de cualquier persona, no sólo del mundo actual sino también del futuro'".
"Esta es una de las grandes lecciones de la Ascensión de Jesús. No podemos quedarnos sólo contemplando el cielo, sino volver la mirada al suelo, después de cargar nuestras pupilas con la figura de Jesús, porque aquí y ahora es donde está nuestro puesto, antes de llegar a la meta definitiva".
El Arzobispo resaltó que "es en el tiempo y en la tierra donde debemos demostrar que Cristo sigue vivo, porque nosotros sus miembros nos ocupamos en extender por todas partes su mensaje de fraternidad y su ejemplo de entrega al bien común. O como hermosamente lo ha dicho Su Santidad en la clausura del Consistorio: 'Contemplar el cielo no significa olvidar la tierra. la contemplación cristiana no nos impide el compromiso histórico'".
"Así, la Ascensión, no es en primer lugar una cita con la añoranza del cielo, sino un estímulo para la acción sobre la tierra. Los cristianos debemos estar aquí, en nombre de Cristo, para intentar que las piezas cada vez más complicadas del mapamundi, en sus relaciones familiares, sociales, económicas y políticas, resulten cada vez más humanas, más conformes al proyecto original del creador y más conforme al modelo de fraternidad que Cristo nos dejó".
El cristiano, dijo el Cardenal, "debe ser signo del hombre nuevo, fruto de la resurrección del Señor, anunciar la paz que el mundo no puede dar, proclamar la justicia coronada por el amor y siempre cargado de esperanza y alegría".
"El testigo de la resurrección no puede ser un hombre gris, pesimista y desconfiado; debe soñar, imaginar, tener un poco de sana utopía y sobre todo comprometerse con la 'ascensión' de la humanidad para que en todos aparezca la dignidad que tenemos de hijos de Dios y herederos del cielo", concluyó.