El Arzobispo emérito de Corrientes (Argentina), Mons. Domingo Salvador Castagna, aseguró que "el mundo, carente de capacidad creyente para identificar a Dios, necesita que quienes ven, le ofrezcan la esperanza de verlo. Él es Quien cura la ceguera de los que nunca han visto o de quienes, desafortunadamente, han perdido la visión que proporciona la fe".
"Aquel ciego de nacimiento es informado de que Jesús, al alcance de su desesperada búsqueda, puede curarlo. Lo invoca, sin conocerlo, y se somete a su gesto de sanación", recordó al analizar el Evangelio del día en su sugerencia para la homilía del cuarto domingo de Cuaresma.
Texto de la sugerencia
1.- Para glorificar a Dios. ¡Qué simplicidad y fidelidad a la verdad las del pobre ciego de nacimiento! Me sorprende la manera de obrar de Jesús: Lo conduce aparte, y se empeña, personalmente, en un ritual que Él crea para su curación. Aquella ceguera no responde a pecados personales; su curación debe glorificar a Dios.
Así responde a sus intrigados discípulos. Al ciego no lo instituye mensajero suyo, en medio de un pueblo aún incrédulo de su mesianidad, intenta simplemente que glorifique a Dios que hizo su obra misericordiosa en él. El gran gesto de misericordia de Dios es la Encarnación de su Verbo. Cristo es el revelador de la Misericordia y, por lo mismo, interesado en que el mundo reconozca al Padre.
En ese reconocimiento agradecido consiste la felicidad del hombre. Reconocer a Dios como Creador, logra el encuentro saludable con el Dios Redentor. Para aquel hombre ciego, desde su nacimiento, no sólo llegó entonces la salud ocular, sino también la salvación.
2.- Su misión: recuperar al hombre. Jesús no quiere ser identificado como hacedor de milagros, sino como enviado del Padre. La misión recibida de su Padre consiste en recuperar al hombre y devolverle la Vida perdida por el pecado. Por eso es señalado por Juan Bautista como Cordero de Dios, "que quita el pecado del mundo".
Esta es la meta de su ministero: que los hombres se reconozcan pecadores y celebren el perdón que les ofrece (ofreciéndose). Aquel hombre ciego de nacimiento, experimentó la salud proveniente de Quien no conocía. No obstante tuvo el valor de confesar su sanación, amenazado con la expulsión y abandonado de sus padres. De esa manera se preparó para el encuentro con el Señor.
En base a una experiencia única se produce el encuentro, que convertiría la desaparición de su ceguera en la visión clara del Salvador: "¿Crees en el Hijo del hombre? ¿Quien es, Señor, para que crea en él? Jesús le dijo: Tú lo has visto: es el que te está hablando. Entonces él exclamó: Creo, Señor, y se postró ante él". (Juan 9, 35-38) La fe sobreviene como don de Dios.
La simplicidad del ciego, predispone su corazón a reconocer a Quien lo ha curado, sin mediar especulación alguna. Basta un simple diálogo y la identificación de Jesús, de quien conocía únicamente el nombre. Gracias a ese reconocimiento el ciego curado obtiene la fe.
3.- El milagro apunta a la conversión. El signo milagroso apunta a la conversión. Es un señalador que orienta al encuentro con Dios, y fundamenta la decisión de seguir a Jesús adoptando su forma de vida. Fue suficiente estímulo para ahuyentar el temor de aquel hombre, amenazado por los fariseos.
De esa manera se le abrió el camino de la fe y predispuso su ánimo para hacer frente a la persecución. Los tiempos más intensos y expresivos de la vida cristiana son aquellos que transcurren en la persecución. Tertuliano afirmaba que "la sangre de los mártires se constituye en semilla de nuevos cristianos". El intento de destruir la Iglesia, mediante las persecuciones, no logró más que otorgarle, cada vez, un nuevo certificado de perennidad.
Así será siempre, lo garantizó el mismo Jesús, al asegurar a sus discípulos, que, a partir de la Resurrección, estaría siempre con ellos hasta el fin de los tiempos. Aquel solemne vaticinio se está cumpliendo con inexorable regularidad. Su presencia vivificadora, alienta la fe de los creyentes y la suscita en quienes no lo son. En síntesis: la seguridad de lo que creemos, nace de la convicción sobrenatural de que Cristo está resucitado.
4.- El anuncio de que Cristo está. El mundo, carente de capacidad creyente para identificar a Dios, necesita que quienes ven, le ofrezcan la esperanza de verlo. Él es Quien cura la ceguera de los que nunca han visto o de quienes, desafortunadamente, han perdido la visión que proporciona la fe.
Aquel ciego de nacimiento es informado de que Jesús, al alcance de su desesperada búsqueda, puede curarlo. Lo invoca, sin conocerlo, y se somete a su gesto de sanación. Los seguidores del Señor, causan suficiente ruido como para atraer la atención del enfermo. Los auténticos creyentes arman suficiente "lio" (Papa Francisco) para hacer manifiesta la llegada de Cristo. Es este un tumulto reconstructor de la vida fraterna y de la paz.
Muy distante del producido por ciertos estilos de protesta, que no hacen más que incomodar a pobres e inocentes transeuntes. El ciego de nacimiento se encuentra con la luz, que no conocía y que, no obstante, le era absolutamente necesaria. Obtenida la luz no la negará, por más presión que padezca, tanto del interior de sí como de su ingobernable exterior.