Un samurai del siglo XVI que prefirió renunciar a sus bienes, vivir en la pobreza y ser exiliado de su país antes de abandonar su fe católica, podría llegar a los altares por su fidelidad a Cristo y a su Iglesia, si la Congregación para las Causas de los Santos aprueba la causa de beatificación presentada por la Compañía de Jesús. Por las circunstancias de su muerte, podría ser incluso declarado mártir.
El Postulador General de la Compañía de Jesús (jesuitas), P. Anton Witwer, dijo a ACI Prensa que el Samurai Takayama Ukon, "murió en el exilio a causa de la debilidad causada por los maltratos que sufrió en su tierra natal" y explicó que si Takayama es aceptado como un mártir, no necesitaría un milagro para ser beatificado.
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La palabra samurái se suele utilizar para designar a los guerreros del antiguo Japón. Aunque la palabra significa "el que sirve", el vocablo se usa para designar a la élite militar que gobernó el país por años.
La Conferencia Episcopal Japonesa presentó al Vaticano una solicitud de 400 páginas para la beatificación de Takayama el año pasado. Es la tercera vez que se presenta esta causa, la primera fue al poco tiempo de la muerte del Samurai y la segunda en la década de 1960.
La vida de Takayama es un ejemplo de "gran fidelidad a la vocación cristiana, que perseveró a pesar de todas las dificultades", señaló el P. Witwer.
Takayama nació en 1552, tres años después que el misionero jesuita San Francisco Javier introdujera el cristianismo en Japón. Cuando tenía 12 años, al convertirse su padre al catolicismo, el joven fue bautizado con el nombre de Justo por el sacerdote jesuita, P. Gaspare di Lella.
Los Takayama eran daimio, es decir, miembros de la clase gobernante de los señores feudales que secundaban a los shogun en la época medieval e inicios de la etapa moderna en Japón. Como daimio poseían varias propiedades y tenían derecho a formar ejércitos y contratar samurais. Dada a su posición social, los Takayama podían ayudar en las actividades misioneras en Japón, y eran protectores de los cristianos así como de los misioneros jesuitas.
Según el P. Witwer, quien también preside el Instituto de Espiritualidad Ignaciana en la Pontificia Universidad Gregoriana en Roma (Italia), los Takayama influyeron en la conversión de decenas de miles de personas en el país.
En 1587, cuando el samurai tenía 35 años, el Canciller de Japón, Toyotomi Hideyoshi, inició una persecución contra los cristianos, expulsando misioneros y forzando a los católicos japoneses a abandonar la fe.
Muchos daimio optaron por renunciar al catolicismo, en cambio Takayama y su padre optaron por abandonar sus tierras y sus honores para mantener la fe.
El sacerdote jesuita contó a ACI Prensa que el samurai "no quería luchar contra otros cristianos, por tanto prefirió una vida pobre, ya que cuando un samurai no obedece a su 'jefe', pierde todo lo que tiene".
"Eligió la pobreza para ser fiel a la vida cristiana y durante años, vivió bajo la protección de amigos aristocráticos, llevando así una vida digna, (…) era un noble, una persona conocida relató el presbítero. "Muchas personas trataron de convencer a Takayama de renegar de su fe", pero él se negó a salir de la Iglesia, su elección era la de vivir como un cristiano hasta la muerte.
En 1597, el Canciller ordenó la ejecución de 26 católicos japoneses y extranjeros que fueron crucificados el 5 de febrero.
Cuando el shogun Tokugawa prohibió definitivamente el cristianismo en 1614, Takayama fue al exilio y lideró un grupo de 300 católicos japoneses que partieron a las Filipinas, y se establecieron en Manila, la capital del país, llegando en diciembre.
Takayama murió el 4 de febrero, después de haber sido debilitado por la persecución en Japón.