Al presidir la Misa por la Fiesta del Santo Nombre de Jesús en la Iglesia del Gesú de Roma, donde se encuentran los restos del fundador de la Compañía de Jesús San Ignacio de Loyola y del recientemente canonizado Pedro Fabro, el Papa Francisco destacó que "el poder de la Iglesia no vive en sí misma y en su capacidad de organizar, sino que se esconde en las aguas profundas de Dios".
"Es esta la pregunta que debemos hacernos: ¿tenemos esas grandes visiones y el impulso? ¿Somos audaces? ¿Nuestro sueño vuela alto? ¿El celo nos devora? ¿O somos mediocres y nos contentamos con nuestras programaciones apostólicas de laboratorio?. Recordémoslo siempre: la fuerza de la Iglesia no está en sí misma y en su capacidad de organizar, sino que se esconde en las aguas profundas de Dios. Y estas aguas agitan nuestros deseos y los deseos expanden el corazón".
El Santo Padre reflexionó sobre la figura de Pedro Fabro, canonizado el 17 de diciembre de 2013 y considerado "el segundo jesuita", calificándolo como un hombre "inquieto" y "de grandes deseos".
"Hay que buscar a Dios para encontrarlo, y encontrarlo para buscarlo una y otra vez. Sólo esta inquietud da paz al corazón de un jesuita, una inquietud también apostólica, no nos tiene que cansar el anunciar el kerigma, el evangelizar con valentía. Es la inquietud que nos prepara para recibir el don de la fecundidad apostólica. Sin inquietud somos estériles".
Esta es, dijo el Papa, "la inquietud que tenía Pedro Fabro, hombre de grandes deseos, otro Daniel. Fabro era un 'hombre modesto, sensible, de profunda vida interior y dotado con el don de hacer amigos con personas de todo tipo'. Sin embargo, también era un espíritu inquieto, indeciso, nunca satisfecho".
"Bajo la dirección de San Ignacio aprendió a combinar su sensibilidad inquieta pero dulce, diría exquisita, con la capacidad de tomar decisiones. Era un hombre de grandes deseos; se hizo cargo de sus deseos, los reconoció. De hecho, para Fabro, precisamente cuando se proponen cosas difíciles es cuando se manifiesta el verdadero espíritu que mueve a la acción".
Francisco remarcó que "una fe auténtica implica siempre un profundo deseo de cambiar el mundo".
"Es lo que dice San Agustín: rezar para desear y desear para agrandar el corazón. Precisamente, en los deseos Fabro podía discernir la voz de Dios. Sin deseos no se va a ninguna parte y es por eso que se tiene que ofrecer los propios deseos al Señor. En las Constituciones se dice que 'se ayuda a al prójimo con los deseos que se presentan a Dios nuestro Señor'".
Pedro Fabro, apuntó el Santo Padre, "tenía el verdadero y profundo deseo de 'dilatarse en Dios': estaba totalmente centrado en Dios, y por esto podía caminar, en espíritu de obediencia, a menudo a pie, por toda Europa, para dialogar con todos con dulzura y para anunciar el Evangelio".
"Me hace pensar en la tentación, que tal vez podamos tener nosotros y que muchos tienen, de anunciar el Evangelio con bastonazos inquisidores, con condenas. No, el Evangelio se anuncia con dulzura, con fraternidad, y con amor. Su familiaridad con Dios lo llevó a comprender que la experiencia interior y la vida apostólica van siempre de la mano".
Fabro, recordó el Papa, "escribió en su memorial que el primer movimiento del corazón debe ser el de 'desear lo que es esencial y original, es decir, que el primer lugar se deje a la solicitud perfecta de encontrar a Dios nuestro Señor'".
"Fabro siente el deseo de 'dejar que Cristo ocupe el centro del corazón'. ¡Solo si estás centrado en Dios es posible ir hacia las periferias del mundo! Y Fabro ha viajado incansablemente, incluso en las fronteras geográficas que se decía de él: 'parece que ha nacido para no estar quieto en ningún lugar'".
"Fabro fue devorado por el intenso deseo de comunicar el Señor. Si nosotros no tenemos su mismo deseo, entonces necesitamos detenernos en oración y, con fervor silencioso, pedir al Señor, por intercesión de nuestro hermano Pedro, que vuelva a seducirnos: con ese hechizo del Señor que llevaba a Pedro a todas estas 'locuras' apostólicas", concluyó.