"Yo sólo quería que supiera lo mucho que lo amaba y lo agradecida que estaba por todo lo que me enseñó, por todo lo que me dio, por todo lo que vivimos juntos", escribió Alexandra Salazar, viuda y madre de cuatro hijos menores entre 5 y 15 años, quien narró en el Periódico Pueblo Católico, publicación oficial en español para la comunidad católica hispana en Denver, Colorado (Estados Unidos), su historia de amor, fe y esperanza contra el cáncer.
Hace unos años los médicos diagnosticaron cáncer al páncreas al peruano, Mario Salazar, quien el 26 de mayo de 1996, en su primer aniversario de boda, viajó con su esposa a Denver respondiendo al llamado de Dios de servir en su comunidad, el Movimiento de Vida de Cristiana, que llegó a esta ciudad por invitación del Arzobispado de Stafford.
Desde entonces su dedicación, compromiso y testimonio de fe ha tocado innumerables vidas en esa ciudad estadounidense, donde viven con sus hijos, María, José, Ana y Francisco.
Alejandra recuerda "vivamente cuando le pidieron (a Mario) ir al hospital a realizarse una operación para remover lo que pensaban era una piedra en el ducto biliar. "Tengo miedo", me dijo. Yo no le hice mucho caso, pensando que sería algo sencillo y todo volvería a la normalidad. Marito lo intuía, pero yo no sabía que sería el inicio de un camino que transformaría nuestras vidas".
Durante esos dos años, "Mario vivió la mortificación, sufriendo pacientemente. Nunca se quejó. Dócilmente adhirió su dolor al misterio de la cruz y se dejó transformar por él", explicó Alexandra y contó que su esposo solía cantar "si tú por ventura mil cruces recibes, alaba esa suerte de males benditos; te acercan a Aquel que habitó entre los hombres, Aquel que murió para llevarnos al cielo".
Señaló que esa es "¡La cruz! ¡La cruz que purifica y salva! Marito supo abrazarse a la cruz con valentía, con generosidad, con amor".
A pesar del camino de incertidumbres que les tocó vivir como familia por más de año y medio, y que implicaba una serie de intervenciones y tratamientos médicos, se mantuvieron unidos en la esperanza que el mismo Mario les transmitía a través de su alegría. "La gracia estaba allí y muy fuerte. Siempre nos sentimos profundamente amados y supimos que todo esto tenía un sentido".
Un día el doctor le preguntó a Marío luego se su primera radiación "¿Cómo se sentía?" a lo que él respondió: "¡Estoy radiante!".
Alexandra le decía constantemente a su esposo "¡Ayúdame a llegar al cielo!".
Unos días antes de morir, Mario le pidió a su esposa que "No te despidas todavía", los esposos sabían que pronto sería el final "pero cada minuto que Dios le concedía era muy valioso".
Los amigos, la comunidad, la familia entera, todos dedicaron muchas oraciones, novenas, Misas, "todos pedíamos un milagro, pedíamos su curación, y lo hicimos con fuerza hasta el final. Pero el Señor estaba transformando la vida de Mario a un nivel más profundo", contó Alexandra.
Un día Mario le dijo: "ya entiendo. ¡El milagro es que Dios me ha salvado!", para Alexandra, su esposos estaba abrazado fuertemente a la Cruz.
Los últimos días los amigos de la comunidad visitaron la casa de la familia Salazar y junto a su cama cantaban y oraban. Alexandra dijo que "¡aquella comunidad en la cual Mario y yo nos encontramos con el Señor Jesús y en donde nuestra fe se hacía vida! Marito estaba acompañado, rodeado de amigos, envuelto en amor. "¡Tener una comunidad de amigos es tener un pedacito de cielo en la tierra!" nos dijo a todos un día. ¡Nos sentíamos en el cielo!".
La mañana del 15 de diciembre de 2011 "Marito esperaba ansioso a que abriera mis ojos. Respiraba con dificultad, pensé que necesitaba su medicina…le di un beso y me quedé a su lado. El Espíritu Santo suscitó en mí leerle la Biblia. Imbuidos en la presencia de Dios, abrí al capítulo 11 de San Juan".
En esta lectura "nuevamente el Señor nos recordaba su Palabra de amor en el pasaje que había acompañado a Mario durante toda su enfermedad: "Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado en ella". "Yo soy la resurrección, el que crea en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?" Al terminar de leer y al abrazarme a él, Marito expiró. La presencia de Dios era muy fuerte ¡y yo pude tocar la eternidad!".