Esta mañana, en el Altar de la Cátedra de la Basílica de San Pedro, el Papa Francisco presidió, como es tradicional al comienzo del mes de noviembre marcado por el recuerdo y la oración por los fieles difuntos, la Santa Misa en sufragio por los cardenales y obispos que fallecieron en el curso de este año: nueve purpurados y 136 arzobispos y obispos.
"Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor", evocando estas palabras de San Pablo, el Santo Padre, dijo que sólo el pecado puede interrumpir estos lazos, pero también en este caso Dios busca al hombre para sanarlo.
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"Incluso los poderes demoníacos hostiles al hombre, son impotentes ante la íntima unión de amor entre Jesús y los que lo acogen con fe. Esta realidad del amor fiel que Dios tiene para cada uno de nosotros nos ayuda a afrontar con serenidad y fortaleza el camino de todos los días, que a veces es también lento y cansador. Sólo el pecado del hombre puede interrumpir este vínculo, pero incluso en este caso, Dios siempre buscará al hombre para restaurar con él una unión que perdura también después de la muerte".
El Papa dijo además que esta unión "en el encuentro definitivo con el Padre llega a su culmen. Esta certeza le da a la vida terrena un nuevo y pleno significado y nos abre a la esperanza para la vida más allá de la muerte".
Con el Libro de la Sabiduría, el Papa Francisco destacó que ante la muerte de un ser querido o que conocimos bien, nos preguntamos "¿qué será de su vida, de su trabajo, de su servicio a la Iglesia?", para responder luego: "¡están en las manos de Dios!".
"Estos pastores celosos que han dedicado su vidas al servicio de Dios y de los hermanos, están en las manos de Dios. Todo de ellos está custodiado y no quedará corroído por la muerte. Están en las manos de Dios sus días entretejidos de gozos y sufrimientos, de esperanzas y de fatigas, de fidelidad al Evangelio y de pasión por la salvación espiritual y material del rebaño que se les confió".
El Santo Padre subrayó que "también nuestros pecados, están en las manos de Dios, manos que misericordiosas, manos 'llagadas' por el amor. No es una casualidad que Jesús haya querido conservar las llagas en sus manos para hacernos sentir su misericordia. ¡Y esta es nuestra fuerza y ??nuestra esperanza!"
Esta realidad, llena de esperanza, es la perspectiva de la resurrección final de la vida eterna, a la que están destinados "los justos", aquellos que acogen la Palabra de Dios y son dóciles.
Recordando a los queridos hermanos Cardenales y Obispos difuntos "hombres dedicados a su vocación y a su servicio a la Iglesia", a la que amaron como a una esposa, el Papa Francisco los encomendó a la misericordia divina para sean recibidos donde viven eternamente los justos y los que han sido fieles testigos del Evangelio, alentando a rezar para que el Señor prepare a todos a este encuentro.