Tras el fallecimiento de su esposa, el diácono Carlos Salica, de la Arquidiócesis de Tucumán (Argentina), decidió entregarse totalmente a Dios y pedir la admisión al sacerdocio ministerial, que la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos aceptó. El próximo 22 de noviembre será ordenado sacerdote.
Salica estuvo casado durante 46 años con Rosa Chávez, quien falleció el 16 de septiembre de 2011, después de despedirse de sus hijas y recibir la unción de los enfermos. Antes de su partida, su mujer le había consultado qué haría una vez que ella partiera a la Casa del Padre. Entonces no lo dudó: prometió consagrar su vida enteramente al servicio pastoral.
Carlos cumplirá su promesa y el 22 de noviembre se ordenará sacerdote luego de servir durante 16 años como diácono permanente. En 1997, Mons. Carlos José Ñáñez, entonces Obispo Coadjutor de Tucumán, lo ordenó junto a otros siete, de los que sólo quedaron él y otro más.
El cáliz del futuro presbítero será muy especial: llevará los anillos del compromiso nupcial fundidos en el vaso sagrado, como testimonio de amor. "Siempre he dicho que el amor de los esposos es la continuación del amor de Dios", asevera.
"Yo mismo bauticé a mis dos nietas y casé a una de mis hijas. ¿Qué más le puedo pedir a Dios? Esto es pura misericordia", afirma con voz quebrantada.
Susana, una de sus hijas, cuenta cómo eran esos días en que la familia estaba unida "íbamos a las capillas más humildes. Mi mamá tocaba el órgano, mi papá hacía la celebración de la Palabra y nosotras, las hijas, cantábamos en el coro".
Para llegar a ser diácono, Carlos estudiaba de noche y trabajaba de día. "Estudié durante cinco años en la Escuela de Ministerios Laicales y Diaconado Permanente, que ahora está cerrada –explica-. Entraba a las 18 y salía a medianoche. Es una lástima que no la abran, porque a mucha gente le gustaría entrar. Uno puede servir a Dios de tantas formas".
Carlos, de 66 años, fue profesor y director del Colegio Sagrado Corazón. Al mismo tiempo ofrecía su servicio en la iglesia, casaba y bautizaba en los lugares más lejanos, adonde no llegaba el sacerdote, ayudaba a los párrocos y se metía en los barrios a predicar y a repartir la comunión.
Durante 15 años sirvió en una capilla de Pacará; ocho años a otra en San Andrés, y otros tantos en los templos de San José, Nuestra Señora de las Gracias, San Roque y del Espíritu Santo, del barrio Padilla.
Salica explica que realizaba todo esto y sin descuidar a su familia y su trabajo con el empeño que se pone por algo amado.
"Cuando uno se enamora, hace cualquier cosa por la persona que ama. Hay que enamorarse de Cristo, abandonarse en los brazos de Dios, para poder ver las maravillas que Él hace en nosotros. Lo que pasa es que nos cuesta poner la confianza en Dios. Por eso San Felipe Neri se confiaba a Dios, pero le pedía que no se confíe tanto de él, porque podía fallar. Nos cuesta confiar y abandonarnos", afirma.
El diácono en camino al sacerdocio explica cómo llevará adelante su tarea pastoral: "Antes estaba a media máquina, tenía que servir a mi familia y a Dios al mismo tiempo. Hay que tener un gran equilibrio emocional y mental para lograrlo".
"Ahora, a partir de mi ordenación como sacerdote, voy a hacer una entrega de tiempo completo, lo que no significa que vaya a abandonar a mi familia. Como cualquier otro sacerdote que tiene su día de descanso, veré a mis nietos e hijas un día a la semana", concluyó.