Cuando el 5 de julio pasado, el Papa Francisco proclamó la próxima canonización del Beato Juan XXIII, el gesto fue interpretado como inédito en la historia de la Iglesia, ya que no se demostró milagro como "certificado" de su santidad. Sin embargo, esta semana se supo que hay precedentes, y lo más curioso es que fue el mismo Juan XXIII quien se adelantó al Papa Francisco con esta decisión.
Según explicó el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Padre Federico Lombardi, el 26 de mayo de 1960, dos años antes de iniciarse el Concilio Vaticano II, el Papa Juan XXIII elevó a los altares a San Gregorio Barbarigo sin demostración de milagro alguno.
El famoso cardenal italiano del siglo XV alcanzó gran fama de santidad después de su muerte y en Italia muchos le conocieron por su caridad. Al instalarse en Bérgamo como obispo, ordenó donar a los pobres el dinero que se querían gastar en la fiesta de su recepción y, además, vendió sus bienes y los distribuyó entre los más necesitados.
El Papa Juan XXIII convocó el Concilio Ecuménico Vaticano II en 1962 y murió al año siguiente, mientras el Concilio seguía su curso. Muchos obispos propusieron proclamarlo santo de igual modo por aclamación, pero su sucesor, Pablo VI, prefirió seguir las vías canónicas y así comenzó el proceso de canonización.
Las gracias llegaron y Juan XXIII fue beatificado por Juan Pablo II en septiembre de 2000, durante el Jubileo, en la misma celebración de la beatificación de Pío IX. El milagro aprobado para su beatificación fue la sanación milagrosa de una gastritis ulcerosa hemorrágica de Sor Caterina Capitani en el año 1966.
Para la canonización hacía falta demostrar un segundo milagro atribuido a su intercesión, pero ya no hará falta, el Papa Francisco así lo decidió y el "Papa bueno" ascenderá a los altares junto al Beato Juan Pablo II, en una solemne ceremonia el próximo 27 de abril, segundo domingo de Pascua, día dedicado a la Divina Misericordia.
El pasado 3 de junio, el Papa Francisco afirmó que Juan XXIII "fue un hombre de gobierno, era un conductor, pero un conductor conducido por el Espíritu Santo, por la obediencia", y la raíz de la santidad de su predecesor se encuentra en "su obediencia evangélica".
Por su parte, el P. Lombardi señaló que la canonización del Beato Juan XXIII que "se coloca dentro del contexto del Concilio Ecuménico Vaticano II y la fama de santidad universal que le circunda".