El joven brasileño Felipe Passos conmovió a los cerca de tres millones de participantes de la Jornada Mundial de la Juventud, incluyendo al mismo Papa Francisco, cuando relató durante la Vigilia en la playa de Copacabana, la historia que lo llevó a una silla de ruedas y a descubrir el valor de la Cruz en la vida del cristiano.
Felipe, de 23 años, explicó que su historia comenzó al final de la pasada Jornada Mundial de la Juventud en Madrid, donde se había comprometido espiritualmente a guardar la castidad hasta el matrimonio y a trabajar intensamente para que su grupo de oración de su natal ciudad de Ponta Grossa, en el estado de Paraná, pudiera participar en la Jornada Mundial de la Juventud, que el Papa Benedicto anunció para Rio de Janeiro.
De modestos recursos, Felipe y sus amigos comenzaron a juntar fondos mediante múltiples y sacrificados trabajos, al tiempo que se preparaban espiritualmente, orando, participando en adoraciones eucarísticas, ayunando y realizando obras de solidaridad.
"Pero el mes de enero de este año, dos días antes de cumplir los 23 años, dos jóvenes entraron en mi casa, armados, con la intención de robar el dinero que habíamos juntado con tanto sacrificio".
"Pensé en los meses de esfuerzo, de sacrificio de mi familia, de mis amigos y compañeros… en lo que nos sería arrebatado y decidí que no lo daría".
Felipe salvó los ahorros del grupo, pero recibió un disparo que casi termina con su vida. "Estuve clínicamente muerto, tuve varios paros cardiacos, y el médico dijo a mis padres en el hospital 'este joven no tiene esperanzas'… pero aquí estoy, y mi comunidad está aquí por la misericordia de Dios".
El joven paranaense, ante la multitud enmudecida y un Papa Francisco que lo miraba atentamente, relató cómo estuvo en coma, respirando por un tubo, mientras su comunidad ofrecía oraciones y sacrificios por su recuperación.
Finalmente, cuando recuperó la conciencia, lo primero que hizo fue pedir la Eucaristía; y tras recibirla, su recuperación se aceleró.
Sin embargo, Felipe quedó confinado a una silla de ruedas: "esta es mi cruz, la cruz que me envió el Señor para acercarme más a Él, para vivir más abierto a su gracia y su amor", explicó.
Cuando la multitud irrumpió en un aplauso, Felipe interrumpió: "¡Silencio! ¡Escuchemos al Espíritu Santo!".
El joven de 23 años pidió luego a cada uno de los presentes tomar en sus manos y dirigir la mirada a la cruz del peregrino que cada uno llevaba en su pecho, y los invitó a meditar en silencio sobre "cuál es la cruz que el Señor me ha dado, cuál es la cruz que él quiere que lleve por su amor".
El momento de oración y meditación ante la cruz fue seguido por todos los presentes, incluyendo los obispos y cardenales, que contemplaron su propia cruz pectoral, y creó un raro momento de profundo silencio a todo lo largo de la playa de Copacabana.
Felipe concluyó su testimonio pidiendo oraciones y la bendición del Papa Francisco.