Durante la Profesión de Fe con todo el Episcopado italiano, el Papa Francisco exhortó a los obispos a dejar de lado "cualquier forma de arrogancia para inclinarse ante todos aquellos a los que el Señor confía a nuestro cuidado", en especial de los sacerdotes.
"La consecuencia de amar al Señor es darlo todo, absolutamente todo, hasta la propia vida por Él; esto es lo que debe distinguir nuestro ministerio pastoral; es la prueba que nos dice con qué profundidad hemos abrazado el don recibido respondiendo a la llamada de Jesús y de qué manera estamos unidos a las personas y a las comunidades que nos han sido encomendadas", expresó durante el acto realizado ayer en la Basílica de San Pedro.
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El Santo Padre recordó a los obispos que "no somos expresiones de una estructura o de una necesidad organizativa: incluso con el servicio de nuestra autoridad estamos llamados a ser signo de la presencia y la acción del Señor resucitado y edificar así la comunidad en la caridad fraterna. Incluso el amor más grande, de hecho, cuando no se alimenta de forma continua, se desvanece y se apaga".
El Papa Francisco alertó que la falta de atención "ablanda al Pastor; le distrae, le convierte en olvidadizo e incluso en intolerante; le seduce con la perspectiva de la carrera, le tienta con el dinero y los compromisos con el espíritu del mundo; le convierte en perezoso trasformándolo en un funcionario, un clérigo de estado preocupado más por él mismo, por la organización y las estructuras que por el verdadero bien del Pueblo de Dios".
"Se corre el riesgo, entonces, como el apóstol Pedro, de negar al Señor, aunque si formalmente uno se presenta y habla en su nombre; se atenúa la santidad de la Madre Iglesia jerárquica, haciéndola menos fructífera", expresó.
"¿Quiénes somos, hermanos, ante Dios?, ¿Cuáles son nuestras pruebas? -preguntó el Papa-. Como para Pedro, la pregunta insistente y dolorosa de Jesús puede entristecernos y hacernos conscientes de la debilidad de nuestra libertad, amenazada por tantas influencias internas y externas, que a menudo causan confusión, frustración e incluso incredulidad".
Sin embargo, señaló, "estos no son los sentimientos ni las actitudes que el Señor quiere despertar, más bien, de esto se aprovecha el enemigo, el diablo, para aislar en la amargura, en la queja y en el desaliento ...Jesús, buen pastor, no humilla ni abandona en el remordimiento: en Él habla la ternura del Padre, que consuela y anima; te hace pasar de la división de la vergüenza, porque realmente la vergüenza nos separa, a la confianza; restaura el valor, confía nuevamente la responsabilidad, nos entrega a la misión".
Por ello, indicó, "ser Pastores significa también estar dispuestos a caminar en medio y detrás de la manada: capaces de escuchar la silenciosa historia de quien sufre y de apoyar el paso de quien teme no conseguirlo; pendientes de animar, tranquilizar e infundir esperanza".
"Compartiendo con los humildes, nuestra fe se refuerza; dejemos de lado, entonces, cualquier forma de arrogancia, para inclinarnos ante todos aquellos a los que el Señor confía a nuestro cuidado ...Entre estos, reservemos un lugar particular a nuestros sacerdotes: sobre todo para ellos, que nuestro corazón, nuestra mano y nuestra puerta permanezcan siempre abiertos en cualquier momento. Ellos son los primeros fieles que nosotros, los obispos, tenemos: nuestros sacerdotes", concluyó.