El Arzobispo de Bogotá y Presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia, Cardenal Rubén Salazar Gómez, señaló que uno de los desafíos que tienen los católicos en relación con el mundo es proclamar con toda claridad que Dios es amor, para ser así luz y sal que transforme todas las realidades humanas.

Así lo indicó el Purpurado en su discurso inaugural en la apertura de la 94º asamblea plenaria que se realiza desde hoy hasta el viernes 8 de febrero en el marco del Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, al celebrarse los 50 años del inicio del Concilio Vaticano II y los 20 años de la publicación del Catecismo de la Iglesia.

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El Cardenal Salazar recordó que el documento Gaudium et Spes del Concilio Vaticano II permite a la Iglesia avanzar y discernir los signos de los tiempos "para secundar la presencia salvadora del Señor en el mundo por medio de un servicio permanente, humilde y generoso a la sociedad en medio de la cual vivimos y en la cual tenemos que ser ‘luz’ y ‘sal’".

El Arzobispo alentó a responder "a una situación creciente de indiferentismo que lleva a tantas personas a vivir ‘como si Dios no existiese’", proclamando "con profunda claridad el sentido de la existencia del universo y, dentro de él, de cada uno de los seres humanos, no frutos del azar, sino del designio amoroso de Dios que los llama a la comunión con Él".

Así, continuó, los católicos tienen el deber de "proclamar con toda claridad que Dios es amor y que estamos llamados todos a vivir en el amor como hermanos, construyendo una sociedad cada día más humana, más justa, más fraterna, más solidaria, una sociedad en paz".

El Cardenal animó a profundizar la formación "que nos permita tener unos ministros del Evangelio (obispos, presbíteros, diáconos) que vayan delante de la comunidad mostrando con su propia vivencia del Evangelio el camino que todos debemos recorrer".

Asimismo alentó "una presencia lúcida de la vida consagrada que nos muestre con claridad la radicalidad de los valores del Evangelio que llenan el corazón de paz y alegría" y la existencia de "laicos que vivan con gozo y entusiasmo su adhesión al Señor Jesucristo, con clara conciencia de su pertenencia a la Iglesia, que conformen –sobre la base sólida del sacramento del matrimonio– familias, células de la Iglesia y de la sociedad, santuarios de la vida".

Tras resaltar el papel fundamental de la Palabra de Dios, la Eucaristía y el sacramento de la Reconciliación, el Arzobispo se refirió al diálogo ecuménico e interreligioso, en presencia de algunos representantes de otras confesiones cristianas y de otras religiones.

El Cardenal dijo que "en un mundo en el que crece cada día el número de los que no creen en Dios, la presencia de las religiones sigue siendo un signo de la necesidad, anclada en el corazón humano, de reconocer la existencia de Aquel que ha creado el universo y llama a los seres humanos a entrar en comunión con Él".

Para concluir, el Purpurado hizo votos para que "el Señor, por la intercesión de la Virgen María, dirija nuestros pasos para que podamos siempre discernir Su voluntad y ponernos al servicio de Su designio de amor para con la humanidad".