En un discurso pronunciado el primer día del Congreso que se realiza en la Sala del Sínodo en el Vaticano con ocasión del 15º aniversario de la Exhortación Apostólica Ecclesia in America, el Secretario de la Pontificia Comisión para América Latina (CAL), profesor Guzmán Carriquiry, advirtió sobre "el gris pragmatismo y mediocridad" que marca una forma de cristianismo tibio y sin entusiasmo que se vive el continente.
En su conferencia titulada "La Exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in America: profecía, enseñanzas y compromisos", Carriquiry recordó que ante la tendencia creciente de vivir la fe con mediocridad, tibieza e ignorancia, el documento "Ecclesia in America" recordó largamente "el ejemplo de los numerosos santos, héroes, campeones de la caridad y mártires para recordarnos el camino que tenemos que recorrer hoy los cristianos de América en el Tercer Milenio".
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"Cuántos son los cristianos que hoy han sepultado su bautismo bajo una capa de consumismo e indiferencia", dijo el Secretario de la CAL. "Cuantas devociones se viven sin un auténtico encuentro con Cristo en los sacramentos, cuantos mix de elementos religiosos sincréticos, el abandono de la confesión, la superficialidad en la participación eucarística", agregó.
Carriquiry destacó que el encuentro con Cristo requiere de una radical renovación de la catequesis –la enseñanza de la fe– "que tiene que ser presentada en toda su grandeza, porque existe una grave ignorancia de nuestra fe, especialmente en las nuevas generaciones".
Según el profesor uruguayo "vivimos esta crisis de una auténtica formación católica que se nota en todos los cristianos, pero especialmente en aquellos que tiene mayor influencia en nuestra sociedad".
"Por ello –agregó– necesitamos repensar a fondo la formación cristiana de los fieles, sea de iniciación o reiniciación, para lograr una creciente y sólida formación de personas maduras en la fe". Según Carriquiry, la referencia fundamental para este proceso "tiene que ser el Catecismo de la Iglesia Católica, que el Papa Benedicto XVI a puesto en el centro de este Año de la Fe".
Guzmán, un laico casado con cuatro hijos y ocho nietos que sirve en el Vaticano desde hace 40 años, señaló que "las familias cristianas necesitan más ayuda en este servicio fundamental de educar en la fe; sobre todo si se considera la extensa red de escuelas y universidades católicas cuyos frutos evangelizadores son más bien exiguos, sobre todo si se tiene en cuenta la inversión humana que implican".
"Creo –añadió– que es el momento de revaluar profundamente el papel de la educación católica en América Latina y Norteamérica".
"Espero que este congreso sea ocasión providencial para una firme e inquebrantable comunión afectiva y efectiva de las iglesias en el continente americano, en torno al sucesor de Pedro; para que la Iglesia en todo el continente tenga una presencia más eficaz en la vida pública".
Carriquiry señaló que esta unidad puede ser ocasión para poner fin a los prejuicios que existen en algunos norteamericanos que ven en los inmigrantes hispanos como una "invasión" que pone en riesgo el experimento norteamericano; a la vez que señaló que los hispanos deben a su vez comprenderse como "un aporte providencial a la vida nacional con su productividad, así como con su sentido de los sobrenatural".
"La Iglesia Católica respeta la legítima legislación de cada país, pero no puede dejar de considerar a los inmigrantes desde un punto de vista humano y caritativo", agregó.
"En toda América, la Iglesia sólo pide y exige el derecho a la libertad que le corresponde. No pide ningún privilegio", dijo Carriquiry, y señaló que el creciente desprecio a la libertad religiosa "es una inquietud que comparte con otros hermanos en la fe cristiana, como se nota en importantes e históricos pronunciamientos como la Declaración de Manhattan".
Carriquiry concluyó recordando que en la Iglesia en las América vive más de la mitad de todos los católicos, y por tanto "es imposible ignorar el papel histórico actual y futuro que a esta porción del pueblo de Dios le corresponde. Ese fue el sueño del Beato Juan Pablo II y es la visión del Papa Benedicto XVI".