En sus palabras previas al rezo del Ángelus en la Plaza de San Pedro, el Papa Benedicto XVI señaló que San Pedro y San Pablo, pilares de la Iglesia naciente son “testigos de la fe, que han ampliado el Reino de Dios con sus distintos dones y según el ejemplo del Divino Maestro, han sellado con su sangre su predicación evangélica”.
El Santo Padre subrayó que el martirio de ambos santos “es signo de la unidad de la Iglesia”, y, recordando las palabras de San Agustín, indicó que “un solo día es consagrado para la celebración de la fiesta de los dos apóstoles. Pero también ellos dos eran una sola cosa. A pesar que su martirio tuvo lugar en días diferentes, eran una sola cosa. Pedro fue en primero, Pablo le siguió”.
“Del sacrificio de Pedro son signo elocuente la Basílica Vaticana y es Plaza, tan importantes para el cristianismo. También del martirio de Pablo quedan significativos vestigios en nuestra ciudad, en especial la basílica a él dedicada en la Via Ostiense. Roma lleva inscrita en su historia los signos de la vida y de la muerte gloriosa del humilde Pescador de Galilea y del Apóstol de los gentiles, que justamente ha elegido como Protectores”.
Para Benedicto XVI al recordar el “testimonio luminoso” de San Pedro y San Pablo “recordamos los inicios de la venerable Iglesia que en Roma cree, reza y anuncia a Cristo Redentor. Pero los Santos Pedro y Pablo no sólo brillan en el cielo de Roma, sino en los corazones de todos los creyentes que, iluminados por sus enseñanzas y su ejemplo, en todo el mundo siguen el camino de la fe, la esperanza y la caridad”.
“En este camino de salvación, la comunidad cristiana, sostenida por la presencia del Espíritu del Dios vivo, se siente estimulada a proseguir fuerte y serena en el camino de la fidelidad a Cristo y de la proclamación de su Evangelio a los hombres de todos los tiempos”.
El Papa también recordó la ceremonia de imposición de palios arzobispales realizada horas antes, y la calificó como “un ritual siempre elocuente, que pone de relieve la íntima comunión de los Pastores con el Sucesor de Pedro y el profundo vínculo que nos une a la tradición apostólica. Este es un tesoro doble de santidad, en el que se funden la unidad y la catolicidad de la Iglesia: un tesoro precioso que debe ser redescubierto y vivido con renovado entusiasmo y compromiso”.