El 2 de mayo de 2002, las FARC masacraron a 78 personas, 48 de ellos niños, varias mujeres embarazadas y un recién nacido, refugiados en la iglesia San Pablo Apostól de Bojayá, a unos 380 kilómetros al noroeste de Bogotá, en el peor ataque de la guerrilla contra la población civil de la última década.
A diez años de la tragedia, el diario El Colombiano entrevistó a dos protagonistas de esa jornada: el párroco Antún Ramos, que salvó a decenas de de morir y la religiosa María del Carmen que asistió a los heridos en la iglesia.
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Ese 2 de mayo, guerrilleros de las FARC y paramilitares se enfrentaron en un fuego cruzado en las calles de Bojayá. Unos 400 civiles, la mayoría mujeres y niños, buscaron refugio en el templo católico.
En la iglesia, el Padre Antún Ramos cargó con la responsabilidad de mantener serenas a 400 personas, rezando y contando historias. "Me imaginé la película La Vida es Bella, en la que el padre le enseña al hijo que la guerra es como un juego y quise aplicarlo. Les dije que nos tomáramos de las manos y oráramos. Contamos algunas historias y por momentos, se olvidaron de las balas que cruzaban por encima", recuerda el sacerdote.
"Pero las historias fueron interrumpidas por el estruendo de las pipetas lanzadas desde un extremo del pueblo. La primera cayó a las 10 de la mañana sobre una de las viviendas. El segundo cilindro aterrizó detrás de la escuela, pero no estalló. Afuera, un guerrillero le advirtió a alias ‘Silver’, comandante encargado de realizar el ataque, que los paramilitares se movían y que había gente en la iglesia. Pero ‘Silver’ hizo caso omiso y dio la orden de que tiraran la otra pipeta. A las 11 a.m., el artefacto entró por el techo de la iglesia y se detonó, asesinando a 78 personas, de las cuales 48 eran niños", agrega El Colombiano.
Después de la explosión, "les dije que saliéramos porque nos iban a matar a todos. Una señora me dijo que ellos salían si yo iba adelante, entonces yo saqué una bandera blanca y me fui de primero", recuerda el Padre Antún. Salieron gritando que eran civiles y que les respetaran la vida.
"Los guerrilleros lanzaron un cuarto cilindro que cayó detrás de la casa de las hermanas Agustinas Misioneras, la misma a la que los paramilitares trataron de entrar", agrega el diario.
"De su cuerpo menudo y sus pequeños brazos, la hermana María del Carmen Garzón sacó fuerzas de donde no tenía y se apostó en la puerta junto con las otras hermanas. Desde adentró le dijeron a los paramilitares que no podían meterse allí ‘porque teníamos 130 civiles que no hacían parte del conflicto y que quedarían en peligro’. Al volverse al corredor, encontró los cuerpos de varias personas agonizantes. ‘Comenzamos a atenderlos. Se hacía lo que podía porque la gente corría de un lado para otro buscando esquivar los disparos que seguían en el aire. Fue muy duro. Sentíamos impotencia al saber que tanta gente necesitaba ayuda’", recordó la religiosa.