Al presidir esta mañana una Misa en sufragio de los cardenales y obispos fallecidos este año, el Papa Benedicto XVI aseguró que la muerte de Cristo en la Cruz es fuente de vida porque en ella Dios ha vertido todo su amor por los seres humanos.
En la capilla papal donde presidió la Eucaristía, el Santo Padre recordó a los purpurados y obispos muertos durante 2011 por quienes "elevamos nuestra oración, animados por la fe en la vida eterna y en el misterio de la comunión de los santos. Una fe plena de esperanza, iluminada también por la Palabra de Dios".
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Al encarar el misterio de la muerte, dijo el Papa, ha de recordarse el sacrificio de Cristo: "el Señor Jesús ha ido al encuentro de la pasión, con decisión ha tomado el camino de la cruz", una opción que siempre cuestiona porque "nosotros, frente a la muerte, no podemos dejar de probar los sentimientos y los pensamientos dictados por nuestra condición humana".
"Y siempre nos sorprende y nos supera un Dios que se hace tan cercano a nosotros que no se detiene ni siquiera ante el abismo de la muerte, es más, que lo atraviesa, permaneciendo por dos días en el sepulcro. Pero justamente aquí se actúa el misterio del ‘tercer día’".
Cristo, explicó Benedicto XVI "asume hasta el extremo nuestra carne mortal para que ella sea investida por la gloriosa potencia de Dios, por el soplo del Espirito vivificante, que la transforma y la regenera. Es el bautismo de la pasión que Jesús ha recibido por nosotros y del que san Pablo escribe en la Carta a los Romanos".
"La expresión que el Apóstol utiliza –‘bautizados en su muerte’– no deja jamás de impresionarnos, tal es la precisión con la que resume este vertiginoso misterio. La muerte de Cristo es fuente de vida, porque en ella Dios ha vertido todo su amor, como en una inmensa cascada, que hace pensar a la imagen contenida en el Salmo 41: ‘Un abismo llama a otro abismo, con el estruendo de tus cataratas; tus torrentes y tus olas pasaron sobre mí’".
El Santo Padre dijo luego que "el abismo de la muerte se llena con otro abismo, aún más grande, que es aquel del amor de Dios, de manera que la muerte ya no tiene ningún poder sobre Jesucristo ni sobre los que través de la fe y el Bautismo, se asocian con él".
"En realidad, es sólo en Cristo que esta esperanza encuentra su fundamento real. Antes ésta corría el peligro de quedar reducida a una ilusión, a un símbolo marcado por el ritmo de las estaciones: ‘como la lluvia de otoño, como lluvia de primavera’".
La intervención de Dios en la historia humana, prosiguió el Pontífice, "no obedece a ningún ciclo natural, obedece sólo a su gracia y a su fidelidad. La vida nueva y eterna es el fruto del árbol de la Cruz; un árbol que florece y da frutos por la luz y la fuerza que provienen del sol de Dios".
"Sin la cruz de Cristo, toda la energía de la naturaleza queda impotente frente a la fuerza negativa del pecado. Era necesaria una fuerza benéfica más grande de la que mueve y ejecuta los ciclos de la naturaleza; un Bien mayor que el de misma creación: un Amor que surge del ‘corazón’ mismo de Dios y que, al tiempo que revela el sentido último de la creación, lo renueva y lo dirige a su destino original y último".
El Papa explicó que con la acción de la Santísima Trinidad en el hombre, las personas son capaces de amar y entregarse por completo "abriendo su vida al Cielo, a la eternidad. Demos gracias a Dios por este don inestimable".
Finalmente Benedicto XVI hizo votos para que "a través de la intercesión de la Bienaventurada Virgen María, rezamos para que este misterio de comunión, que llenó toda su vida, se cumpla plenamente en cada uno de ellos".