El vaticanista italiano Sandro Magister señala que gracias al Concilio Vaticano II, en el que participó el joven Joseph Ratzinger, el ahora Papa Benedicto XVI "desarma" a los obispos ilegítimamente ordenados en China sin su mandato, y contiene el cisma de las autoridades del país.
Al explicar la situación actual de tensión que el gobierno chino ha generado con varias ordenaciones ilegítimas en los últimos meses, y con otras 40 más en agenda, Magister describe como el Papa lidia con los "mandarines", nombre con el que designa a estos prelados que no tienen autoridad para gobernar las diócesis que "lideran".
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El vaticanista explica que "el sacramento que ha ordenado obispos a estos ‘mandarines’ es válido. Sacramentalmente válidas son también las misas que estos celebren. Lo que les falta es la comunión jerárquica con la sede de Pedro. Y es esto lo que los priva de autoridad en sus respectivas diócesis, sobre el clero y sobre los fieles".
Este, explica, es un punto que en el Concilio Vaticano II tuvo un enfrentamiento fortísimo entre dos posiciones: "había quien sostenía la tesis según la cual es suficiente la ordenación sacramental para conferir al nuevo obispo la plenitud de sus poderes, incluido el de gobierno, sin necesidad de un ulterior mandato del Papa: es decir precisamente la tesis que tanto le gusta a las autoridades chinas hoy".
El debate se dio en noviembre de 1964, en el que se trató el capítulo de la constitución dogmática Lumen Gentium sobre el papel del Obispo, cuando se leyó una "nota aclaratoria previa" leída en ese entonces por el secretario general del Concilio, el Arzobispo Pericle Felici, y querida por la "autoridad superior", el Papa Pablo VI.
El texto señalaba que "uno se convierte en obispo en virtud de la consagración episcopal. Pero para que un obispo pueda ejercer la ‘potestad’ que les ha sido conferida con los sagrados órdenes debe intervenir la ‘iuridica determinatio’ por parte de la suprema autoridad de la Iglesia (el Papa)".
Esta nota generó la crítica de algunos progresistas y también la del entonces sacerdote Joseph Ratzinger que era el teólogo de confianza del Cardenal alemán Josef Frings.
Sin embargo, explica Sandro Magister, Ratzinger reconoció "que la nota había tenido el mérito de derrotar el ‘maximalismo’ de los progresistas y de tranquilizar a la minoría conciliar tradicionalista, obteniendo que la Lumen gentium fuera aprobada casi por unanimidad".
Y escribió, cuando el Concilio había terminado hacía poco, que la nota dejaba de todos modos "un gusto amargo", por el modo como había sido impuesta y por su contenido, expresión "de un pensamiento jurídico-sistemático que tiene como medida la figura jurídica actual de la Iglesia", en contraste con "una aproximación histórica que parta de toda la amplitud de la revelación cristiana".
Magister señala que ahora, ya como Papa, Joseph Ratzinger "tiene una mirada muy más crítica sobre la convicción de que ‘la Iglesia no deba ser una Iglesia del derecho, sino una Iglesia del amor’, libre de vínculo jurídicos".
Ha criticado esta posición en varias ocasiones. Y con una serie importante de disposiciones normativas ha mostrado que considera esencial el rol de la ley canónica en el gobierno de la Iglesia.
Finalmente Magister indica que "si hoy Benedicto XVI no reconoce autoridad a los obispos chinos ordenados sin su mandato y gracias también a esta regla ‘confirma la fe’ de los católicos de la China, se lo debe precisamente a aquella ‘Nota aclaratoria previa’ que cuando fue promulgada le pareció tan difícil de digerir".
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