Orlando Márquez, vocero del Arzobispado de La Habana (Cuba) escribió un artículo en el que señala que la mediación realizada por representantes de la Iglesia en el país ante el gobierno de Raúl Castro para liberar a más de 100 prisioneros de conciencia, "no fue una mediación neutra, sino bien comprometida, que tomó riesgos y aceptó estar en el epicentro del torbellino".
En el artículo publicado el 22 de junio, en un adelanto del número de este mes de la revista "Palabra Nueva" del Arzobispado de La Habana, Márquez pasa revista al papel de la Iglesia en el país en este proceso de mediación que se inició en mayo de 2010 cuando las Damas de Blanco –organización que agrupa a las esposas y parientes de prisioneros de conciencia– se reunieron con el Cardenal Jaime Ortega.
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Cuando la Iglesia acepta ser mediadora ante el gobierno, dice Orlando Márquez, se ve ante una doble situación: por un lado las Damas de blanco "demandaban reunificación familiar, mientras sus familiares presos reclamaban cambios políticos. Las autoridades reconocieron lo primero y no lo segundo".
Por tanto, precisa el vocero del Arzobispado de La Habana, "en ningún momento se planteó la posibilidad de una mediación entre las autoridades y sus opositores, pues no hubo reconocimiento ni comunicación mutuos. Por las razones que sean, y no es necesario indicarlas aquí, ese día no ha llegado".
"Esperar o demandar que la Iglesia llevara a la ‘mesa de negociaciones’ a quienes se oponen a las autoridades resultaba improcedente en este proceso. Negociación es un término que define otra manifestación. La negociación es el proceso por el cual las partes en conflicto buscan resolver sus diferencias, se reconocen mutuamente, y lo hacen sin necesitar la mediación de terceros".
Orlando Márquez señala luego que "sin embargo, lo que la Iglesia sí ha hecho durante muchos años, es expresar su convicción de que es necesario escuchar a todos quienes en Cuba manifiestan interés en aportar ideas y esfuerzos por el bien del país".
Lo que las Damas de blanco solicitaron concretamente fueron tres cosas, explica Márquez, acercar a los presos a sus lugares de residencia, pues algunos cumplían sanción en provincias lejanas; liberar cuanto antes a los más enfermos, empezando por el preso Ariel Sigler Amaya; y permitir que sus seres queridos salieran de Cuba, aunque fuera solos, pues era preferible a tenerlos en prisión.
El 19 de mayo el Cardenal expuso estos pedidos al gobierno de Raúl Castro que acogió favorablemente el pedido, con lo que "algo inédito y novedoso comenzaba a tomar forma en Cuba".
Las excarcelaciones comenzaron el 1 de junio y días después aparece la propuesta de España para acoger a excarcelados que quisieran ir allá. Al final del proceso, el gobierno excarcela un total de 126 prisioneros, 114 de los cuales viajaron a España con familiares (a ellos se añadió otro que ya estaba en licencia extrapenal), sumando cerca de 800 personas.
Orlando Márquez explica también que el Cardenal Ortega habló personalmente con cada uno de los prisioneros y los bendecía si deseaban irse a España, pero "nunca intentó convencer a nadie de emigrar. De los 52 (iniciales), solo 12 dijeron que no deseaban viajar a España, y permanecen en Cuba".
"Unos pocos preguntaron si viajar era una condición para salir de la cárcel, a lo que el cardenal les respondía que no, y les aseguraba que serían excarcelados posteriormente, como ocurrió".
"Quienes aceptaban viajar, eran conducidos a un lugar y sus familiares a otro, separados, mientras se procedía con los trámites migratorios, en los que la Iglesia no tuvo participación alguna".
Al llegar al aeropuerto, prosigue Márquez, los esperaban funcionarios de la Embajada y Consulado españoles quienes les preguntaban "si salían de Cuba por voluntad propia y si este era el caso les pedían firmaran una declaración de conformidad, pues España no aceptaba trasladar a ninguno por la fuerza. Todos dieron su consentimiento y firmaron".
Por esa razón, precisa, "es incorrecto afirmar que fueron forzados al exilio, u obligados a viajar como condición para no seguir en prisión. Más incorrecto aún es decir que el gobierno cubano y la Iglesia se aliaron para desterrar a estas personas. La mejor prueba contra esta afirmación, quizás, sean los doce que decidieron permanecer en Cuba".
A la postre explica el vocero del Arzobispado de La Habana, "por increíble que pareciera al inicio, se cumplió precisamente lo que pidieron las mujeres que se reunieron con el cardenal Ortega el 1º de mayo de 2010. Y los gobiernos de Cuba y España sobrepasaron aquellos reclamos".
Márquez admite luego que "la mediación de la Iglesia, concretada en las excarcelaciones, no fue la solución ideal. Su propósito era lograr, mediante el diálogo, una salida a la gran tragedia de estas familias".
"No hay solución ideal en un conflicto prolongado y que ha implicado a tantas personas ubicadas en las más disímiles posiciones, con criterios diferentes muchas veces, en medio de debates y presiones políticas de alcance nacional, regional y global".
Pero es bueno decir también que "no fue una mediación neutra, sino bien comprometida, que tomó riesgos y aceptó estar en el epicentro del torbellino, teniendo para todos, de un lado y otro, una mirada pastoral y caritativa, la caridad cierta que todo lo cree, todo lo espera y todo lo soporta. La caridad que nunca pasará, y permanece viva y dispuesta para toda oportunidad que la reclame".
Orlando Márquez recuerda además que "las leyes que llevaron a estas personas a la cárcel permanecen vigentes. Ahora, o en un futuro no lejano, es necesario que el país finalmente logre un espacio en el que las diferentes opiniones, intereses y criterios, puedan encontrarse y fundirse en un proyecto común y universal propio, no atado a intereses foráneos".
Entonces, tal vez, concluye el vocero del Arzobispado de La Habana, "no sería tan necesaria la mediación, pues estaríamos en presencia de una sociedad renovada que busca, mediante procesos francos y responsables de negociación, convertirse en la próspera y vigorosa sociedad de todos. Tal negociación aún no ha sido programada, ni se vislumbra en el horizonte, pero debe ser un propósito".
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