El Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Angelo Amato, presidirá este domingo 19 de junio en la localidad de Dax (Francia) la Misa de beatificación de la religiosa vicentina Margarita Rutan, mártir decapitada durante la Revolución Francesa el 7 de abril de 1794.
Margarita nació el 23 de abril de 1736 en Metz en una familia numerosa. A los 18 años y gracias también a la educación en la fe de sus padres, expresó su deseo de ingresar a la congregación de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, que recién pudo hacer realidad a los 21 años a pedido de su padre ya que era ella quien lo ayudaba en su trabajo de arquitecto con el que mantenía a los 15 hijos que tenía..
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En 1757 inició su formación en París, pasó luego a Pau, Brest, Fontainebleau, Blangy-sur-Bresle, Troyes y finalmente a Dax adonde llegó a los 44 años de edad en 1780. Allí como superiora se encargó del hospital local al que logró convertir en un modelo para su tiempo por su entera dedicación a los pacientes a quienes trataba contemplando en ellos a Cristo sufriente.
Con la Revolución Francesa, en 1792 se prohibió el uso del hábito religioso. En 1793 se constituyó en Dax un "comité de vigilancia" de esta y otras disposiciones políticas. En 1794 fue apresada y encarcelada en total aislamiento, acusada de "aristocracia, fanatismo y superstición".
El postulador de la causa de la hermana Margarita Rutan, Luigi Mezzadri, escribe en la edición para este domingo del diario vaticano L’Osservatore Romano que "el proceso fue una farsa, la sentencia fue de muerte. Junto a ella fue condenado el sacerdote Giovanni Eutropio Lannelongue, de 60 años", inocente también como ella.
Mezzadri relata que el día de su muerte, Margarita estaba atada de espaldas al P. Lannelongue. "En la plaza se hizo silencio. También los soldados estaban conmocionados ante su actitud serena para afrontar la muerte. A uno le dejó un reloj, a otro un pañuelo bordado. No bajó los ojos cuando guillotinaron al sacerdote. A quien le sugería ver en otra dirección le decía: ‘¿Cómo crees que voy a tener miedo de ver morir a un inocente?’"
"Solo reaccionó cuando el verdugo quiso descubrirle el cuello. ‘Detente, ¡nunca me ha tocado un hombre!’, le dijo. Para muchos condenados los últimos pasos han sido los más difíciles de dar (…) Ella caminó firme, se colocó en el patíbulo y rezó".
"Cuando la guillotina bajó –concluye Mezzadri– pareció que un gemido sacudía la tierra. Era un gemido de oración. La actualidad de su mensaje está en haber anticipado con su vida las palabras de Juan Pablo II: ‘¡No tengan miedo!’".