El diario vaticano L’Osservatore Romano resaltó en su edición dominical el ejemplo del diputado católico Juan Cotino, que para su juramento al iniciar sus funciones al frente del Parlamento de la Comunidad de Valencia (España), solicitó se colocara un pequeño crucifijo como expresión de que la fe no puede silenciarse en la vida pública.
El 9 de junio y antes de su juramento como Presidente de la Nueva Cámara de Valencia elegida el 22 de mayo, Cotino solicitó un crucifijo para colocarlo junto a la Constitución y la Biblia. Como no había uno llevó uno pequeño de su propio despacho.
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Haber colocado este símbolo religioso cristiano le ha valido la crítica de algunos parlamentarios de izquierda, sectores de la prensa como los diarios El País y El Plural, y algunos grupos en Valencia.
Pero el sacerdote José María Gil Tamayo, miembro del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales señala en el artículo publicado por LOR que lo hecho por Cotino "ha sido un elocuente y valiente gesto público de manifestación de las propias convicciones religiosas, que el parlamentario no ha querido esconder al momento de ejercer su nueva misión de representación política".
El gesto del diputado, escribe el P. Gil Tamayo, "interrumpe así una falsa tendencia que se está imponiendo en la vida pública europea en cuanto a la naturaleza del hecho religioso en general y en particular del católico, al que en la práctica se le concede el certificado de ciudadanía sólo en el ámbito privado, en los límites de la conciencia, en el espacio sagrado del templo o en ocasionales actos de culto externo".
Tras recordar que el catolicismo es la religión mayoritaria de Europa, el presbítero alerta del hecho que algunos sectores minoritarios quieren imponer un "laicismo enfermo" que destierre todo acto religioso, y finalmente a Dios, de la vida pública y política.
El P. Tamayo, que fue director de la comisión episcopal española de medios de comunicación durante 13 años, señala también que, "tal vez más claro que nunca, es necesario para los cristianos, sobre todo para los laicos, suplicar por un nuevo Pentecostés y vivir personal y comunitariamente, con coherencia responsable y alegre, la fe en la vida social y pública, en la familia, con los amigos, en la cultura y en el arte, en el trabajo y en el ocio".
"Se trata, en definitiva, de ser católico también en público, en la calle, con el ‘vaya con Dios’ como se decía antes".