Uno de los encargados de la seguridad del Papa Juan Pablo II en sus visitas a México, Max Morales, recuerda que pese a la prohibición expresa que tenían, él y varios de sus compañeros se arrodillaban en señal de respeto cuando Karol Wojtyla pasaba delante de ellos.
Morales, quien fue parte de la seguridad del Santo Padre en tres de las cinco visitas que realizó durante su pontificado, recuerda que desde la primera vez que hizo parte de este equipo en 1979 quedó impresionado por la presencia del Papa peregrino.
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En entrevista concedida al Sistema Informativo de la Arquidiócesis de México (SIAME), el escolta recuerda que en la visita de 1999, el Papa seguía siendo un hombre sencillo, humilde, educado, "que nos saludaba al entrar y al salir de la Nunciatura, cosa que nos llenaba de júbilo y hacía que las horas de fatiga se desvanecieran, porque él era un ser que irradiaba mucha bondad y paz".
En aquella ocasión, la salud del Papa se encontraba disminuida por los años, pero su "imponente personalidad" no variaba, al contrario, "se engrandecía", recuerda Morales, quien asegura haberle evitado una caída al Santo Padre en una de sus visitas.
"Fue al tratar se subir al papamóvil. El Papa pisó su propia vestimenta, y yo lo alerté con un enérgico ‘¡cuidado!’. Cuando preguntó quien había gritado para evitar la caída, todos me señalaron y entonces el Papa me pidió que estuviera a su lado. Eso fue para mí muy gratificante, un honor inesperado, pero también una gran responsabilidad", comenta.
El Sr. Morales comenta que el trabajo de los guardia de seguridad era muy intenso, pues el Papa iniciaba sus actividades a las 5:00 a.m. con su aseo personal, de 5:30 a 6:00 a.m. oraba en su capilla personal, pero además había que vigilar su recamara, los accesos al edificio de la Nunciatura Apostólica.
Otros lugares que debían ser custodiados eran el balcón, los momentos al subir y bajar de los autos que lo trasladaban y todos los lugares donde se presentaba, considerando además que con frecuencia rompía con el protocolo para saludar a la gente.
Morales recuerda mucho que todos los días, poco antes de que el Papa terminara de rezar por las mañanas, muchas palomas daban vueltas en círculo sobre la Nunciatura y una docena de ellas se paraban en un balcón que daba al cuarto de Juan Pablo II. Se movían como si lo saludaran y luego se iban de ahí.
En 2002 sirvió nuevamente como escolta y tuvo el honor de ser uno de los invitados para despedir al Papa en el hangar presidencial debido a que elaboró un análisis de riesgo y vulnerabilidad sobre su estancia en el país.
"Fue otro honor inmerecido que me regalaba la vida, lo disfruté hasta el último momento y me dolió mucho su partida, era un hombre lleno de felicidad, con un gran corazón", concluye Max Morales.