El Obispo Auxiliar de La Plata, Mons. Antonio Marino, exhortó a no caer en el dogma relativista que hace imposible hablar de verdades y derechos absolutos, como el derecho a la vida; e indicó que un ejemplo del relativismo moral son los cuadernos de educación sexual integral promovidos por el ministerio de educación de la nación.
"Hay cosas que son moralmente malas y lo son intrínsecamente, y nunca se convertirán en buenas por ninguna circunstancia o finalidad intentada, como por ejemplo matar a un inocente en el seno de su madre; o imponer al niño y al joven una enseñanza que contradice los principios morales de sus padres, negando así el derecho inalienable a la patria potestad; o bien, llamar matrimonio a una realidad que no lo es", expresó durante el 3° Congreso de Constructores del Bien Común organizado por la Fundación Latina.
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En ese sentido, el también responsable de la Comisión Episcopal de Seguimiento Legislativo advirtió que el relativismo moral "se vale de una explicación constructivista, que se ve reflejada, a modo de ejemplo, en programas y textos redactados por el Ministerio de Educación de la Nación, en los conocidos ‘Cuadernos de Educación Sexual Integral’".
El Prelado dijo que aunque el dogma relativista ha sido presentado como "fundamento de la tolerancia, del diálogo, de la libertad de expresión, valores todos estos que posibilitan la democracia", lo cierto es que su imposición en el mundo hace imposible hablar de verdades y derechos absolutos como la vida de los no nacidos y la institución matrimonial.
Por otro lado, Mons. Marino criticó la propuesta de erradicar los símbolos religiosos de las instituciones civiles y de los espacios públicos. Dijo que principio impulsado por una minoría "parece creer que en la organización de la sociedad se puede ignorar su pasado y su identidad histórica y cultural".
El Prelado recordó que Argentina se fundó sobre principios católicos, por lo tanto rechazó que se quiera argumentar que los símbolos religiosos son una amenaza para la democracia y la libertad.
"Deberíamos entonces cambiar los nombres de innumerables ciudades, provincias y calles que llevan la marca de lo cristiano y católico. Por no hablar de los resabios del lenguaje bíblico que han quedado impresos en las lenguas romances y en la lengua castellana en que nos expresamos, y que sería largo ilustrar", indicó.