Este mediodía fieles y peregrinos se dieron cita a pesar de la lluvia en la Plaza de San Pedro para rezar el Ángelus dominical con el Papa Benedicto XVI quien al introducir la oración mariana resaltó que Dios apuesta siempre por nosotros y sale siempre al encuentro de nuestra hambre de salvación y reconciliación.
“Dios no excluye a nadie, ni a pobres ni a ricos. Dios no se deja condicionar por nuestros prejuicios humanos, más bien ve en cada uno de nosotros un alma a ser salvada, y es atraído especialmente por aquellas almas que son juzgadas perdidas y que se consideran a sí mismas como tales”, dijo el Santo Padre meditando sobre el Evangelio del día de hoy.
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El Papa hizo una reflexión sobre el pasaje de Zaqueo en el Evangelio de Lucas explicando “la particular atención a la misericordia de Jesús” que se hace concreta en como “sin quitarle el peso a la gravedad del pecado, apunta siempre a salvar al pecador, ofrecerle la posibilidad de rescatarse, recomenzar desde el inicio, de convertirse”.
“Zaqueo –explica Benedicto XVI- es un publicano, es más, es el jefe de los publicanos de Jericó. Los publicanos eran quienes recaudaban los impuestos que los judíos debían pagar al emperador romano, y por ello eran considerados públicos pecadores. Además, aprovechan con frecuencia de su posición para sacarle dinero a la gente. Por ello Zaqueo era muy rico, y muy despreciado por los ciudadanos. Cuando Jesús se detiene en la casa de Zaqueo, suscitó un escándalo general. Pero Él sabía muy bien lo que hacía. Quiso arriesgar y venció la apuesta: Zaqueo, profundamente tocado por la visita de Jesús, decide cambiar vida, y promete restituir el cuádruple de aquello que había robado”.
El Pontífice continua su explicación haciendo notar que “en el caso de Zaqueo vemos justamente que aquello que parece imposible se realiza”, pues “ha acogido Jesús y se ha convertido, porque Jesús lo acogió en primer lugar. No lo había condenado, mas fue al encuentro del deseo de salvación”.
“Recemos a la Virgen María, modelo perfecto de comunión con Jesús, para que nosotros podamos experimentar la alegría de ser visitados por el Hijo de Dios, ser renovados por su amor, y transmitir a los otros su misericordia”, concluyó el Papa.
Seguidamente rezó el Ángelus, saludó en diversos idiomas e impartió su Bendición Apostólica.