El Arzobispo de Barcelona, Cardenal Lluís Martínez Sistach, explica en su columna de hoy que el sentido de la dedicación de un templo está en ofrecerle a Dios una obra hecha por manos humanas para que Él la convierta en algo sagrado, separada de lo profano, en donde pueda encontrarse de manera íntima con cada persona.
En su columna Palabra y vida, el Purpurado explica el sentido de este acto en ocasión de la dedicación del Templo Expiatorio de la Sagrada Familia el próximo domingo 7 de noviembre que estará a cargo del Papa Benedicto XVI.
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El Arzobispo señala que un templo nace de la necesidad práctica de congregarse para rendir culto a Dios, proclamar su Palabra, celebrar sus sacramentos y estar al servicio de las personas. Una vez que se construye, la iglesia o el templo "se dedica a Dios nuestro Señor y se le hace ofrenda de aquella obra construida por manos humanas, pidiéndole que su presencia llene aquel espacio, que así ha empezado a ser un espacio separado de lo profano para convertirse en lugar sagrado donde Dios pueda encontrarse con las personas y sea, también, imagen del templo espiritual hecho de piedras vivas, obra de Dios, donde habita el Espíritu Santo".
Así, prosigue, "que se ha dedicado a Dios aquel edificio ya no podrá ser usado para cualquier actividad, sino que, en principio, sólo ha de servir para aquello que lo define: su santidad y el testimonio que da, con su visibilidad, de la presencia cristiana en medio de este mundo".
En el ritual de la dedicación que en Barcelona presidirá el Papa Benedicto XVI también considera una dimensión de misericordia y solidaridad con los más necesitados, como lo recuerda la historia del templo de la Sagrada Familia que "nació de la iniciativa de unos laicos, Josep Maria Bocabella y los miembros de la Asociación de Devotos de San José, que buscaron un espacio en el que entonces era un barrio alejado del centro de la ciudad, llamado el Poblet. Con limosnas compraron el terreno e iniciaron las obras, confiados en la Providencia de Dios y la generosidad de los fieles".
Estos promotores, señala el Cardenal, "entre los cuales estaba también el padre Josep M. Rodríguez, mercedario y general de la orden, y San Josep Manyanet, fundador de los Hijos de la Sagrada Familia– tenían muy claro que hacían una obra en honor de Dios y al servicio de la Iglesia y también al servicio de los pobres y de las necesidades del entorno en el que se construía".
Cuando Antonio Gaudí, el arquitecto en proceso de beatificación que en aquel entonces asumió aquel proyecto, "le dio la genialidad que hoy admiramos" y "no dudó en decir que quería hacer ‘una catedral de los pobres’ y también proyectó unas escuelas –que afortunadamente se conservan– para unir al servicio social el servicio a la cultura".
Por ello, concluye el Arzobispo, "consciente de esta historia, el Papa ha querido visitar aquel mismo día por la tarde, antes de su retorno a Roma, una obra social de nuestra diócesis dedicada a las personas que necesitan una educación especial: la Obra del Niño Dios, cuya sede visitará. Este acto no es ajeno a la dedicación del templo, sino que concreta todo su sentido".