Miles de fieles llegaron al barrio porteño de Villa Luro para celebrar la fiesta central de San Ramón Nonato y pedir su interseción por las familias, las embarazadas y los matrimonios.
Durante la celebración de la fiesta de San Ramón Nonato, Patrono de las embarazadas y parturientas, “el templo desbordó vida y se vivió un clima festivo y de alegría”, según informó el párroco del santuario, Padre Rubén Ceraci.
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El capellán del Hospital Enrique Vélez Sarsfield, Padre Mario A. De Marchi, presidió la celebración eucarística en la que se bendijeron las manos de obstetras y parteras en su día. El Padre Juan Carlos Ares presidió la misa de los Mensajeros de la Vida.
La parroquia San Ramón Nonato de Rosario, celebró su fiesta patronal con una jornada que tuvo como tema central la defensa de la vida. En la procesión de las ofrendas, jóvenes matrimonios se acercaron con sus hijos a presentar, además del pan y el vino, ayudas solidarias.
En Corrientes, Monseñor Andrés Stanovnik encabezó la procesión por los alrededores de la capilla dedicada al santo en el barrio popular, cuyas fiestas patronales llevaron por lema “Con la alegría de la cruz celebremos en San Ramón a María”.
Hasta allí llegaron numerosos fieles para reafirmar a “la familia como centro del amor y de la misericordia de Dios”.
Su Vida
San Ramón Nonato nació en el seno de una familia noble en Portell, cerca de Barcelona, España en el año 1200. Recibió el sobrenombre de non natus (no nacido), porque su madre murió en el parto antes de que el niño viese la luz. Con el permiso de su padre, el santo ingresó en la orden de los Mercedarios, que acababa de fundarse. San Pedro Nolasco, el fundador, recibió la profesión de Ramón en Barcelona.
Dos o tres años después de profesar, sucedió a San Pedro Nolasco en el cargo de "redentor o rescatador de cautivos". Así fue enviado al norte de Africa con una suma considerable de dinero, para rescatar a numerosos esclavos. Cuando se le acabó el dinero, se ofreció como rehén por la libertad de ciertos prisioneros cuya situación era desesperada y cuya fe se hallaba en grave peligro.
San Ramón hubiese querido quedarse para asistir a los esclavos en Africa, sin embargo, obedeció la orden de su superior y pidió a Dios que aceptase sus lágrimas, ya que no le había considerado digno de derramar su sangre por las almas de sus prójimos.
El Papa Alejandro VII lo incluyó en el Martirologio Romano en 1657.