Este mediodía miles de fieles y peregrinos se dieron cita en la Plaza central de Castel Gandolfo para rezar el Ángelus dominical con el Papa Benedicto XVI, quien en sus ya tradicionales palabras introductorias explicó que el bien verdadero para cualquier ser humano es el estar cerca a Cristo.
“El Señor insiste sobre un punto decisivo que es el de la humildad –dijo el Pontífice comentando el Evangelio de hoy-: ‘quien sea que se exalte será humillado, y quien se humille exaltado’. Esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar también en la posición del hombre en relación a Dios. El ‘último lugar’ puede en efecto representar la condición de la humanidad degradadas por el pecado, condición de la que solo la encarnación del Hijo Unigénito puede rescatarla”.
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El Santo Padre insistió sobre el hecho que “Cristo mismo ha tomado el último lugar en el mundo –la cruz- y justamente con esta humildad radical nos ha redimido y constantemente nos ayuda”.
Continuando con la explicación de la parábola, resaltó la invitación de Jesús al jefe de los fariseos a “no invitar a su mesa a amigos, parientes o ricos vecinos, sino a las personas más pobres y marginadas, que no tienen modo de dar algo a cambio, de modo que el don sea gratuito”, pues “la verdadera recompensa la dará Dios … una vez más vemos a Cristo como modelo de humildad y gratuidad: de Él aprehendemos la paciencia ante las tentaciones, la mansedumbre ante las ofensas, la obediencia a Dios en el dolor, a la espera de que Aquel que nos ha invitado nos diga: ‘¡Amigo, ven más adelante!’, pues el verdadero bien es estar cerca a Él”.
Más adelante citó unas palabras de San Luis IX, rey de Francia, contenidas en su Testamento espiritual: “Si el Señor te concederá algún tipo de prosperidad, no solo deberás agradecerla humildemente, sino mira bien a no empeorar por vanagloria o en cualquier otro modo, estate atento a no entrar en contraste con Dios u ofenderlo con sus mismos dones”.
También recordó el martirio de san Juan Bautista “el más grande entre los profetas de Cristo, que supo negar a sí mismo para darle espacio al Salvador, y sufrió y murió por la verdad. Pidámosle a él y a la Virgen María que nos guie por el camino de la humildad, para ser dignos de la recompensa divina”.
A continuación el Papa rezó el Ángelus, saludó a los presentes en diversos idiomas, e impartió su Bendición Apostólica.