En la Eucaristía que presidió esta mañana en la Basílica de San Pablo de Extramuros en Roma con los miles de sacerdotes llegados de diversas partes del mundo que se reúnen en la ciudad eterna por la clausura del Año Sacerdotal, el Secretario de Estado Vaticano, Cardenal Tarcisio Bertone, señaló que la oración y el celibato libremente vivido son fundamentales para todo sacerdote.
El Purpurado señaló que "es fundamental y prioritaria la dimensión orante de nuestro ministerio y de nuestro mismo ser. Somos constituidos en el sacerdocio ministerial primero que nada para elevar plegarias a Dios, a favor de todo el pueblo confiado a nosotros". Esta dimensión, dijo, "no es sólo una tarea, sino la misma ‘esencia’ de nuestra existencia, su alma y su respiración".
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Al hablar luego del celibato, el Cardenal resaltó que éste es "condición de la integral y definitiva consagración que la ordenación sacerdotal conlleva". Este don, explicó, "es signo y estímulo de la caridad pastoral y fuente especial de fecundidad espiritual en el mundo". Tanto así, continuó, "que su valor está bien presente y tenido en gran honor por la misma tradición de las Iglesias orientales, que incluso conceden la posibilidad del ministerio uxorado (casado)".
El Secretario de Estado destacó luego la especial relación que tiene y debe tener todo sacerdote con la Madre de Dios y San Pedro. Se podría hablar "de una maternidad de María y de una paternidad de Pedro hacia la Iglesia, y asimismo hacia los ministros ordenados. Ambos son, cada uno de modo diverso, custodios de la comunión eclesial". Por ello, prosigue, cada sacerdote está "llamado a ser hombre de comunión, en la acepción profunda, teológica y jerárquica, del término communio, que reconoce a la Santa Virgen, de una parte y en el Apóstol Pedro y en sus sucesores, de otra parte, los dos principales puntos de referencia para su acción y para su misma identidad ministerial".
El Cardenal advirtió luego que "la desobediencia a la divina voluntad y el misterio de la iniquidad y del pecado, generan, lo sabemos bien, una extrañeza dolorosa e irracional". Para el Purpurado vaticano, "ser ‘hermanos’ del Señor significa compartir su misma vida, pasar con Él cada día en el Pan eucarístico, advertir su constante presencia, capaz de dar consuelo, sostén seguro, con una marca misionera siempre nueva y fiel".
Esta "consaguinidad" con Jesús, concluyó, "pide ser constantemente alimentada por la oración, ya que ésta es la respiración indispensable de toda vida cristiana, y lo es en modo particular en la existencia del sacerdote".