Al Presidir este Viernes Santo por la noche el tradicional Via Crucis en el monumental Coliseo Romano, el Papa Benedicto XVI señaló que Jesús alienta a los cristianos, con su testimonio y su muerte, a vencer el mal con el bien.

Las meditaciones del Via Crucis de este año fueron preparadas por el Cardenal Camillo Ruini Vicario Emérito del Papa para la Ciudad de Roma.

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En su meditación introductoria, el Cardenal Ruini escribió:

Cuando el Apóstol Felipe dijo a Jesús: “Señor, muéstranos al Padre”, él respondió: “Hace tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me conoces…? Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn 14, 8-9). Esta noche, mientras acompañamos en nuestro corazón a Jesús, que camina bajo el peso de la cruz, no nos olvidemos de estas palabras suyas. También cuando lleva la cruz y cuando muere en ella, Jesús sigue siendo el Hijo de Dios Padre, una misma cosa con él. Mirando su rostro desfigurado por los golpes, la fatiga, el sufrimiento interior, vemos el rostro del Padre. Más aún, precisamente en ese momento, la gloria de Dios, su luz demasiado fuerte para el ojo humano, se hace más visible en el rostro de Jesús. Aquí, en ese pobre ser que Pilato ha mostrado a los judíos, esperando despertar en ellos piedad, con las palabras “Aquí lo tenéis” (Jn 19, 5), se manifiesta la verdadera grandeza de Dios, la grandeza misteriosa que ningún hombre podía imaginar.

En Jesús crucificado se revela además otra grandeza, la nuestra, la grandeza que pertenece a todo hombre por el hecho mismo de tener un rostro y un corazón humano. Escribe san Antonio de Padua: “Cristo, que es tu vida, está colgado delante de ti, para que tú te mires en la cruz como en un espejo… Si te miras en él, podrás darte cuenta de cuán grandes son tu dignidad… y tu valor… En ningún otro lugar el hombre puede darse mejor cuenta de cuánto vale, que mirándose en el espejo de la cruz”. Sí, Jesús, el Hijo de Dios, ha muerto por ti, por mí, por cada uno de nosotros, y de este modo nos ha dado la prueba concreta de cuán grandes y cuán valiosos somos a los ojos de Dios, los únicos ojos que, superando todas las apariencias, son capaces de ver en profundidad la realidad de las cosas.

Al participar en el Via Crucis, pidamos a Dios que nos dé también a nosotros esa mirada suya de verdad y de amor para que, unidos a él, seamos libres y buenos”.

El Santo Padre pronunció luego la siguiente oración inicial:

Señor, Dios Padre omnipotente,

tú lo sabes todo,

tú ves la enorme necesidad que tenemos de ti en nuestros corazones.

Da a cada uno de nosotros la humildad de reconocer esta necesidad.

Libra nuestra inteligencia de la pretensión,

equivocada y algo ridícula,

de poder dominar el misterio que nos circunda por todas partes.

Libra nuestra voluntad de la presunción,

un tanto ingenua e infundada,

de poder construir solos nuestra felicidad

y el sentido de nuestra vida.

Haz penetrante y sincero nuestro ojo interior,

para poder reconocer, sin hipocresía,

el mal que hay dentro de nosotros.

Pero danos también,

a la luz de la cruz y de la resurección de tu único Hijo,

la certeza de que, unidos a él y sostenidos por él,

también nosotros podremos vencer el mal con el bien.

Señor Jesús,

ayúdanos a caminar con este espíritu detrás de tu cruz.