Al presidir esta tarde en la Basílica de San Pedro, la Eucaristía al celebrarse el 5° aniversario de la muerte del Papa Juan Pablo II, el Papa Benedicto XVI resaltó la profunda fe, la gran esperanza y la total caridad que marcó la vida de Karol Wojtyla y como "se consumió por Cristo, la Iglesia" y el mundo entero por amor.
En su homilía de la Misa de hoy al celebrarse el 5 aniversario de la muerte de Juan Pablo II ocurrida el 2 de abril de 2005, el Papa Benedicto XVI explicó que un "siervo de Dios" es aquel que actúa con firmeza inquebrantable, con una energía que no disminuye hasta que él haya realizado la tarea que le fue asignada, y que, no obstante carecer de los medios humanos que parecen necesarios para alcanzar el objetivo, sin embargo se presenta con la fuerza de la convicción, siendo el Espíritu que ha puesto Dios en él, el que le dará la capacidad de actuar con humildad y fuerza, asegurándole el éxito final.
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Según indica Radio Vaticano, el Santo Padre señaló que "aquello que el profeta inspirado dice del Siervo, lo podemos aplicar al amado Juan Pablo II: el Señor lo ha llamado a su servicio y, al confiarle tareas de mayor responsabilidad, lo ha acompañado con su gracia y con su continua asistencia. Durante su pontificado, él se prodigó en proclamar el derecho con firmeza, sin debilidades ni titubeos, sobre todo cuando tenía que medirse con resistencias, hostilidades y rechazos. Sabía de haber sido tomado por la mano del Señor, y esto le consintió ejercitar un ministerio fecundo, por el cual, una vez más, damos férvidas gracias a Dios".
Benedicto XVI después se refirió al evangelio de este Lunes Santo, donde San Juan presenta el encuentro de Jesús con Lázaro, María y Marta, destacando que el relato presenta los "presentimientos de la muerte inminente" de Jesús: seis días antes de la pascua, la sugerencia de la traición de Judas, la respuesta de Jesús que hace alusión a los actos de piedad antes de su sepultura que hacía María al derramarle el perfume.
El Papa destacó la actitud de María como una expresión de fe y de amor grande hacia el Señor, un amor que no calcula, no mide, no se detiene en gastos, no pone barreras, sino que se da con alegría y busca el bien del otro, que vence las mezquindades, los resentimientos, las cerrazones que el hombre lleva a veces en su corazón. El amor, como lo expresó María en este gesto, es la regla que Jesús pone a su comunidad, un amor que sabe servir hasta donar la vida.
"El significado del gesto de María, que es respuesta al Amor infinito de Dios, se difunde entre todos los convidados; cada gesto de caridad y de devoción auténtica hacia Cristo, no permanece como un acto personal, no tiene que ver sólo con la relación entre el individuo y el Señor, sino que tiene que ver con todo el cuerpo de la Iglesia, es contagioso: infunde amor, alegría, luz", dijo el Santo Padre
El Papa Benedicto XVI después hizo alusión a la actitud de Judas, que con el pretexto de ofrecer ayuda a los pobres, esconde el egoísmo y la falsedad del hombre cerrado en sí mismo, encadenado a la avidez de la posesión de bienes, que no deja brotar el buen perfume del amor divino. Un amor que había intuido María como amor de Dios, un Amor que encontrará su máxima expresión en el madero de la Cruz. Un amor que durante se expresó durante toda la vida de Juan Pablo II.
"Toda la vida del venerable Juan Pablo II se ha desarrollado en el signo de esta caridad, de la capacidad de donarse de manera generosa, sin reservas, sin medidas, sin cálculo. Aquello que lo movía era el amor hacia Cristo, a quien había consagrado la vida, un amor sobreabundante e incondicionado. Y precisamente porque se acercó siempre más a Dios en el amor, él pudo hacerse compañero de viaje para el hombre de hoy, derramando en el mundo el perfume del Amor de Dios".
"Quien tuvo la alegría –continuó el Papa– de conocerlo y frecuentarlo, pudo tocar con la mano cuanto estaba viva en él la certeza de contemplar la bondad del Señor en la tierra de los vivientes, como hemos escuchado en el salmo responsorial; certeza que lo acompañó en el curso de su existencia y que, de manera particular, se manifestó durante el último período de su peregrinación en esta tierra: el progresivo debilitamiento físico, en efecto, no ha derrumbado su fuerte fe, su luminosa esperanza y su ferviente caridad".
"Se dejó consumir por Cristo, por la Iglesia, por el mundo entero: el suyo, fue un sufrimiento vivido hasta lo último por amor y con amor", concluyó Benedicto XVI.