En el tradicional homenaje a la Virgen María en la Plaza España de Roma realizado ayer en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, el Papa Benedicto XVI alentó a todos a responder con el auténtico amor, como la Madre de Dios, a la contaminación moral que se vive en las ciudades y en los medios de comunicación.
En su discurso, informa Radio Vaticano, el Santo Padre alertó que en las ciudades las personas andan con el corazón endurecido y en las urbes "cada día, a través de los periódicos, la televisión, la radio, se narra el mal, se repite y amplifica, volviéndonos insensibles y de alguna forma, intoxicándonos, porque la negatividad no se absorbe del todo y día tras día se va acumulando".
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Esta situación, dijo, hace que las ciudades necesiten profundamente a María Inmaculada, pues con "su presencia nos habla de Dios, nos recuerda la victoria de la Gracia sobre el pecado, y nos induce a tener esperanza incluso en las situaciones humanamente más difíciles".
Benedicto XVI alertó que en las ciudades "viven –o sobreviven– personas invisibles que de vez en cuando saltan a la primera página, o a las pantallas, y son explotadas hasta que la noticia o la imagen dejar de llamar la atención".
Este mecanismo perverso, advirtió el Santo Padre, es "por desgracia, difícil de resistir" y criticó que la ciudad primero esconde y después expone al público. "Sin piedad, o con una falsa piedad", y sin embargo "en cada hombre existe el deseo de ser acogido como persona, porque cada historia humana es una historia sagrada y exige el más grande respeto".
"La ciudad, somos todos nosotros", continuó el Pontífice y explicó que cada persona debe contribuir a su vida, a su clima moral, para bien o para mal. En cada corazón reside el límite del bien y del mal y nadie debe sentir el derecho de juzgar a los demás, sino el deber de mejorarse a sí mismo.
En este contexto el Santo Padre se refirió a los medios de comunicación para advertir que "aunque siempre nos hagan sentir como espectadores, como si el mal solo se refiriera a los demás", la realidad "es que todos somos actores, y en el bien y como en el mal, el comportamiento" de todos influye en los demás.
Benedicto XVI describió luego la contaminación moral de las ciudades, consecuencia del comportamiento individual, pero advirtió de una contaminación más peligrosa, la del espíritu: "una contaminación que hace nuestros rostros menos sonrientes, que nos conduce a ni siquiera saludarnos, a no mirarnos a la cara. Las personas se transforman en cuerpos, que pierden el alma, se transforman en cosas, objetos sin rostro, intercambiables y consumibles".
De ahí la importancia de María Inmaculada que ayuda a descubrir y defender la profundidad de las personas. "La Virgen nos ayuda a abrirnos a la acción de Dios para mirar a los demás como Él, a partir del corazón", recordó.
El Papa agradeció luego a todos aquellos que en silencio y con los hechos, se esfuerzan en practicar ésta ley evangélica del amor: "hombres y mujeres de cualquier edad, que han comprendido que no sirve para nada condenar, lamentarse, o recriminar, sino que hay que responder al mal con el bien. Esto cambia las cosas; o mejor dicho, cambia a las personas, y consecuentemente, mejora la sociedad".
El Santo Padre recomendó acudir a María Inmaculada para ayude a todos a redescubrir y difundir la profundidad de las personas, y contemplarlos con misericordia, con amor, con ternura infinita, especialmente a los que están solos, despreciados, explotados.
Finalmente Benedicto XVI alentó a todos los habitantes de la ciudad escuchar a María Inmaculada que dice a cada uno: "donde ha abundado el pecado, pueda abundar todavía más la gracia, a partir precisamente del corazón y de la vida de cada uno. De este modo la ciudad será más hermosa, más cristiana y más humana".