Al recibir esta mañana a las Presidentas de Argentina y Chile, Cristina Fernández y Michelle Bachelet, respectivamente, el Papa Benedicto XVI recordó el 25 aniversario del tratado de paz entre ambos países en el que medió el Cardenal Antonio Samoré –designado por Juan Pablo II– con lo que se evitó la guerra. Este acontecimiento, dijo, es claro ejemplo de resolución de conflictos a través del diálogo.
En su discurso a las delegaciones de ambos países, el Santo Padre agradeció los diversos esfuerzos que en aquel entonces se dieron en los gobiernos y las delegaciones diplomáticas para llegar al “camino de resolución pacífica, cumpliendo así los profundos anhelos de paz de la población argentina y chilena”.
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Tras resaltar que actualmente, a 25 años de distancia, se puede comprobar entre ambos países una “más decidida cooperación e integración” con diversos proyectos que superan “prejuicios, sospechas y reticencias del pasado”, el Papa subrayó que “Chile y Argentina no son sólo dos naciones vecinas sino mucho más: son dos pueblos hermanos con una vocación común de fraternidad, de respeto y amistad, que es fruto en gran parte de la tradición católica que está en la base de su historia y de su rico patrimonio cultural y espiritual”.
“Este acontecimiento que hoy conmemoramos forma ya parte de la gran historia de dos nobles naciones, pero también de toda América Latina. El Tratado de Paz y Amistad es un ejemplo luminoso de la fuerza del espíritu humano y de la voluntad de paz frente a la barbarie y la sinrazón de la violencia y la guerra como medio para resolver las diferencias”.
El Pontífice recordó luego la actualidad de las palabras de Pío XII en 1939, en un radio-mensaje: “nada se pierde con la paz. Todo puede perderse con la guerra”.
Por ello, dijo Benedicto XVI, “es necesario perseverar en todo momento con voluntad firme y hasta las últimas consecuencias en tratar de resolver las controversias con verdadera voluntad de diálogo y de acuerdo, a través de pacientes negociaciones y necesarios compromisos, y teniendo siempre en cuenta las justas exigencias y legítimos intereses de todos”.
El Santo Padre explicó también que “para que la causa de la paz se abra camino en la mente y el corazón de todos los hombres y, de modo especial, de aquellos que están llamados a servir a sus ciudadanos desde las más altas magistraturas de las naciones, es preciso que esté apoyada en firmes convicciones morales, en la serenidad de los ánimos, a veces tensos y polarizados, y en la búsqueda constante del bien común nacional, regional y mundial”.
Seguidamente destacó que “la consecución de la paz, en efecto, requiere la promoción de una auténtica cultura de la vida, que respete la dignidad del ser humano en plenitud, unida al fortalecimiento de la familia como célula básica de la sociedad. Requiere también la lucha contra la pobreza y la corrupción, el acceso a una educación de calidad para todos, un crecimiento económico solidario, la consolidación de la democracia y la erradicación de la violencia y la explotación, especialmente contra las mujeres y los niños”.
Por eso, prosiguió, “la Iglesia Católica, que continúa en la tierra la misión de Cristo, que con su muerte en la cruz trajo la paz al mundo, no deja de proclamar a todos su mensaje de salvación y de reconciliación y, uniendo sus esfuerzos a todos los hombres de buena voluntad, se entrega con ahínco para cumplir las aspiraciones de paz y concordia de toda la humanidad”.
Finalmente el Papa dirigió su “mirada al Cristo de los Andes, en la cumbre de la Cordillera, y le pido que, como un don constante de su gracia, selle para siempre la paz y la amistad entre argentinos y chilenos, al mismo tiempo que como prenda de mi afecto les imparto una especial Bendición Apostólica”.