En su discurso este mediodía en la sede de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) al celebrarse la Cumbre Mundial sobre Seguridad Alimentaria, el Papa Benedicto XVI hizo un claro llamado a la solidaridad internacional para combatir el hambre, promoviendo además el desarrollo humano integral, especialmente de los más pobres.
En su intervención en este evento que se realiza hasta el 18 de noviembre en Roma, el Santo Padre describió brevemente la crisis alimentaria mundial y explicó que "no hay una relación de causa-efecto entre el incremento de la población y el hambre, lo cual se confirma por la deplorable destrucción de excedentes alimentarios en función del lucro económico".
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Seguidamente recordó que "en la Encíclica Caritas in veritate, he señalado que falta un sistema de instituciones económicas capaces, tanto de asegurar que se tenga acceso al agua y a la comida de manera regular y adecuada desde el punto de vista nutricional, como de afrontar las exigencias relacionadas con las necesidades primarias y con las emergencias de crisis alimentarias reales".
"En cierto sentido, la convocatoria de esta Cumbre es ya un testimonio de la debilidad de los actuales mecanismos de la seguridad alimentaria y la necesidad de una revisión de los mismos", precisó luego el Pontífice.
El concepto de cooperación, afirmó el Papa, "debe ser coherente con el principio de subsidiaridad, porque el desarrollo humano integral requiere decisiones responsables por parte de todos y pide una actitud solidaria que no considere la ayuda o la emergencia en función de quien pone a disposición los recursos o de grupos de élite que hay entre los beneficiarios".
Tras destacar que "la vía solidaria para el desarrollo de los Países pobres puede llegar a ser también una vía de solución para la actual crisis global", Benedicto XVI advirtió que "en la actual situación persiste todavía un nivel de desarrollo desigual entre y en las Naciones, que determina, en muchas áreas del planeta, condiciones de precariedad, acentuando la contraposición entre pobreza y riqueza".
"Existe el riesgo de que el hambre se considere como algo estructural, parte integrante de la realidad socio-política de los países más débiles, objeto de un sentido de resignada amargura, si no de indiferencia. No es así, ni debe ser así. Para combatir y vencer el hambre es esencial empezar por redefinir los conceptos y los principios aplicados hasta hoy en las relaciones internacionales, así como responder a la pregunta: ¿qué puede orientar la atención y la consecuente conducta de los Estados respecto a las necesidades de los últimos?"
"La respuesta no se encuentra en la línea de acción de la cooperación, sino en los principios que tienen que inspirarla: sólo en nombre de la común pertenencia a la familia humana universal se puede pedir a cada pueblo, y por lo tanto a cada país, ser solidario, es decir, dispuesto a hacerse cargo de responsabilidades concretas ante las necesidades de los otros, para favorecer un verdadero compartir fundado en el amor", dijo el Papa.
"Si se busca la eliminación del hambre, la acción internacional esta llamada no sólo a favorecer el crecimiento económico equilibrado y sostenible y la estabilidad política, sino también a buscar nuevos parámetros –necesariamente éticos y después jurídicos y económicos– que sean capaces de inspirar la actividad de cooperación para construir una relación paritaria entre países que se encuentran en diferentes grados de desarrollo".
Esto, continuó, "además de colmar el desequilibrio existente, podría favorecer la capacidad de cada pueblo de sentirse protagonista, confirmando así que la igualdad fundamental de los diferentes pueblos hunde sus raíces en el origen común de la familia humana, fuente de los principios de la ‘ley natural’ llamados a inspirar las opciones y las directrices de orden político, jurídico y económico en la vida internacional".
"Para combatir el hambre promoviendo un desarrollo humano integral se ha de favorecer el acceso al mercado internacional de los productos provenientes de las áreas más pobres, hoy en día relegados a menudo a estrechos márgenes. Para alcanzar estos objetivos es necesario rescatar las reglas del comercio internacional de la lógica del provecho como un fin en sí mismo, orientándolas en favor de la iniciativa económica de los países más necesitados de desarrollo, que, disponiendo de mayores entradas, podrán caminar hacia la autosuficiencia, que es el preludio de la seguridad alimentaria".
Benedicto XVI advirtió también que "tampoco se han de olvidar los derechos fundamentales de la persona entre los que destaca el derecho a una alimentación suficiente, sana y nutritiva, y el derecho al agua; éstos revisten un papel importante en la consecución de otros derechos, empezando por el derecho primario a la vida".
"Los métodos de producción alimentaria imponen igualmente un análisis atento de la relación entre el desarrollo y la tutela ambiental. Si toda la humanidad está llamada a tomar conciencia de sus propias obligaciones respecto a las generaciones venideras, es también cierto que el deber de tutelar el medio ambiente como un bien colectivo corresponde a los Estados y a las Organizaciones Internacionales".
"No bastan, sin embargo, normativas, legislaciones, planes de desarrollo e inversiones, hace falta un cambio en los estilos de vida personales y comunitarios, en el consumo y en las necesidades concretas, pero sobre todo es necesario tener presente ese deber moral de distinguir en las acciones humanas el bien del mal para redescubrir así el vínculo de comunión que une la persona y lo creado".
Los deberes que "tenemos con el ambiente están relacionados con los que tenemos para con la persona considerada en sí misma y en su relación con los otros. No se pueden exigir unos y conculcar otros. Es una grave antinomia de la mentalidad y de la praxis actual, que envilece a la persona, trastorna el ambiente y daña a la sociedad", agregó.
"El hambre es el signo más cruel y concreto de la pobreza. No es posible continuar aceptando la opulencia y el derroche, cuando el drama del hambre adquiere cada vez mayores dimensiones".
Por eso, dijo el Papa, "la Iglesia Católica estará atenta siempre a los esfuerzos para vencer el hambre; trabajará por sostener, con la palabra y con las obras, la acción solidaria -programada, responsable y regulada- que los distintos componentes de la Comunidad internacional estén llamados a emprender. La Iglesia no pretende interferir en las acciones políticas; ella, respetuosa del saber y de los resultados de las ciencias, así como de las decisiones determinadas por la razón cuando son responsablemente iluminadas por valores auténticamente humanos, se une al esfuerzo por eliminar el hambre".
"Es este el signo más inmediato y concreto de la solidaridad animada por la caridad, signo que no deja margen a retrasos y compromisos. Dicha solidaridad se confía a la técnica, a las leyes y a las instituciones para salir al encuentro de las aspiraciones de las personas, comunidades y pueblos enteros, pero no debe excluir la dimensión religiosa, con su poderosa fuerza espiritual y de promoción de la persona humana", afirmó Benedicto XVI.