El Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud, Mons. Zygmunt Zimowsky, señaló que la Iglesia siempre sirve a la vida humana, de manera especial ante los desafíos actuales que se presentan y que reclaman una respuesta que respete en todo momento la dignidad de toda persona humana. Esta vida humana, explica, se inicia en la concepción y concluye con la muerte natural.
En su ponencia titulada "Teología de la vida: el valor de la vida humana, toda y de todos" en la apertura del año académico del Instituto Internacional de Teología Pastoral Sanitaria Camillianum, en Roma, el Arzobispo señaló que actualmente existe una variedad de posturas que hacen que ya no exista "más unanimidad en las respuestas a los problemas fundamentales sobre el inicio, el fin, los límites y el derecho a la vida".
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Al hablar del actual "debate" que existe en algunos sectores sobre si la vida humana se inicia o no con la concepción, es decir con la generación de un embrión, el Arzobispo recuerda que los distintos nombres que recibe el ser humano desde esta etapa del desarrollo: cigoto, mórula, blástula, feto, etc.; solo son formas de determinar en qué etapa de su crecimiento se encuentra; y precisa que el embrión "ya es un ser humano" y "ya es también una persona".
El embrión, prosigue, "es ya una persona desde el momento de la fecundación, porque se trata de un solo proceso continuo hasta el nacimiento. Este criterio de la continuidad y finalidad interna, exige, al menos el respeto del proceso embrional y fetal como si fuera una persona ‘ya afuera’. Este valor ontológico (del ser) del embrión-persona se basa en el carácter sagrado de la vida humana, que posee el genoma humano completo en todo momento de su desarrollo. Añado además que esta precisión es también la posición oficial de la Iglesia".
Tras explicar que la defensa incondicional de la vida que realiza la Iglesia tiene su origen en los valores del Evangelio, Mons. Zimowsky, recuerda que la dignidad del ser humano está en que "es creado a imagen de Dios" y esta imagen divina "está presente en todo hombre".
Este ser imagen de Dios, indica luego el Prelado vaticano, permite entender al hombre en su esencia. "Esta unidad ontológica de la naturaleza humana es fundamental en la respuesta de la Iglesia a los desafíos de la biomedicina, sobre todo, en lo que se refiere a las varias fases del proceso de la vida humana ‘ya fuera’"
La Iglesia, continúa el Presidente del dicasterio, "no tiene dudas en cuanto a lo que propone sobre el desarrollo ontológico del proceso genético de toda vida humana y su dignidad personal radicada en el ser creada a imagen de Dios, haciendo ilícito cualquier discontinuación artificial biológica. Por esto, la Iglesia proclama que toda vida humana, desde su concepción, hasta la muerte natural, es sagrada".
Estas afirmaciones, confirma luego, solo prueban que "nadie, ni siquiera los Estados de manera separada, ni ninguna persona" pueden admitir entonces "el aborto directo o la eutanasia directa".
Refiriéndose luego al valiosísimo aporte de la Iglesia Católica en cuanto a la defensa de la vida, recuerda que Juan Pablo II instituyó la Pontificia Academia para este tema en 1994 y que ella y otras muchas instituciones eclesiales cumplen "una tarea que es un servicio urgente y necesario para ayudar al hombre contemporáneo a construir un mundo que reconozca la alegría de la vida y sea animado por la esperanza, es decir, una civilización del amor".
Antes de concluir, el Arzobispo recuerda dos importantes documentos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, que han de tenerse siempre en cuenta al hablar del respeto a la vida: "El respeto a la vida humana naciente y la dignidad de la procreación" de 1987; y "Dignitas Personae: sobre algunas cuestiones de bioética" de 2008 (que el Papa Benedicto XVI obsequiara al Presidente Obama cuando se encontró con él en el Vaticano en julio de este año).
Finalmente el Presidente del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud afirma que "el cuerpo de un ser humano, desde sus primeros estadíos de existencia, no es nunca reducible a un conjunto de células. El cuerpo embrional se desarrolla progresivamente según un ‘programa’ bien definido y con un propio fin que se manifiesta con el nacimiento de un niño".
"Un nacimiento en el tiempo y en el espacio, para renacer en el sacramento del Bautismo y participar, para siempre, el alma y el cuerpo, en la vida del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo", concluye.