Esta mañana el Papa Benedicto XVI viajó a la ciudad italiana de Brescia, al norte del país, donde tras venerar las reliquias de San Andrés y San Benito en la catedral, celebró la Santa Eucaristía en la Plaza Pablo VI. En su homilía explicó que la caracteristica fundamental del cristiano es la total donación de sí al Señor y al prójimo.
“Es grande mi alegría al poder compartir con vosotros el pan de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, en el corazón de la Diócesis de Brescia, donde nació y se formó de joven el siervo de Dios Juan Bautista Montini, Papa Pablo VI”, dijo el Santo Padre al inicio de su homilía, agradeciendo también a los miles de fieles presentes por la calurosa bienvenida.
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El Papa hizo una reflexión sobre las lecturas del dia resaltando en primer lugar como el gesto de la viuda pobre que da todo lo que tiene "es sinónimo de la generosidad de quien da sin reservas lo poco que posee”.
También hizo notar el ambiente en el que se desenvuelve tal episodio: “el Templo de Jerusalén, centro religioso del pueblo de Israel y corazón de toda su vida. Es el lugar del culto público y solemne, así como lugar de peregrinación, de los ritos tradicionales, de las discusiones rabínicas, como aquellas que citan los Evangelios en que Jesús se comporta cual maestro, enseñando con una singular autoridad. Pronuncia severos juicios frente a los escribas a causa de su hipocresía: estos ostentan gran religiosidad, explotan a la gente pobre imponiendo obligaciones que ellos mismos no observan”.
“Jesús –continuó el Papa– se muestra con afecto hacia el Templo como casa de oración, y justamente por ello lo quiere purificar de usos impropios, es más, quiere revelar su significado más profundo, ligado a la realización de su mismo Misterio”.
El Pontífice afirmó que como aquel día a los discípulos, “también hoy Jesús nos dice: ¡estad atentos! Mirad bien lo que hace aquella viuda, porque su acto contiene una gran enseñanza; este, en efecto, manifiesta la característica fundamental de aquellos que son las ‘piedras vivas’ de este nuevo Templo, es decir, la donación total de sí al Señor y al prójimo”.
Tras la breve reflexión sobre el pasaje evangélico, el Santo Padre quiso también meditar sobre el misterio de la Iglesia que es un “organismo espiritual concreto que prolonga en el espacio y tiempo la oblación del Hijo de Dios, un sacrificio aparentemente insignificante respecto a las dimensiones del mundo y de la historia, y decisivo a los ojos de Dios”.
“La Iglesia, que nace incesantemente de la Eucaristía, es la continuación de este don, de esta sobreabundancia que se expresa en la pobreza, de la totalidad que se ofrece en el fragmento. Es el Cuerpo de Cristo que se dona totalmente, Cuerpo partido y compartido, en constante adhesión a la voluntad de su Cabeza”, agregó.
Citando al Siervo de Dios Pablo VI, dijo: “Podría decir que siempre la he amado… y que por ella, y no por otro motivo, creo haber vivido. Quisiera que la Iglesia lo sepa. Quisiera comprenderla en su totalidad, en su historia, en su designio divino, en su destino final, en su compleja, total y unitaria composición, en su humana e imperfecta consistencia, en sus errores y sufrimientos, en sus debilidades y en las miserias de sus hijos, en sus aspectos menos simpáticos, y en su esfuerzo de perenne fidelidad, de amor, de perfección y de caridad. Cuerpo místico de Cristo".
"Quisiera abrazarla, saludarla, amarla en cada ser que la compone, en cada Obispo y sacerdote que la asiste y guía, en cada alma que la vive y la ilustra; bendecirla. Y a la Iglesia, a la que todo debo y que mía fue, ¿qué le diré? Que las bendiciones de Dios estén sobre ti; ten consciencia de tu naturaleza y de tu misión; ten presente las necesidades verdaderas y profundas de la humanidad; y camina pobre, es decir libre, fuerte y amorosa hacia Cristo”.
Seguidamente, refiriéndose a la figura del Papa Montini como Pastor de la Iglesia universal, Benedicto XVI recordó que “desde sus primeros años de sacerdocio hasta el fin del pontificado dedicó todas sus energías al servicio de una Iglesia lo más conforme posible a su Señor Jesucristo, de modo que, encontrándola, el hombre contemporáneo pueda encontrarlo a Él, porque de Él tiene absoluta necesidad”.
Dirigiéndose en modo particular a obispos y sacerdotes, el Papa enfatizó: “¿Cómo no ver que la cuestión de la Iglesia, de su necesidad en el designio de salvación y de su relación con el mundo, sigue siendo hoy absolutamente central? ¿Qué los desarrollos de la secularización y de la globalización la han hecho aún más radical, frente al olvido de Dios por un lado, y frente a las religiones no cristianas por otro?”.
Más adelante, el Santo Padre se dirigió en modo especial a las sacerdotes, a quienes alentó en este Año Sacerdotal a vivir de manera intensa su servicio, como dijera Pablo VI en la encíclica sobre el celibato: "Apresado por Cristo Jesús hasta el abandono total de sí mismo en él, el sacerdote se configura más perfectamente a Cristo también en el amor, con que el eterno sacerdote ha amado a su cuerpo, la Iglesia, ofreciéndose a sí mismo todo por ella".
"Efectivamente, la virginidad consagrada de los sagrados ministros manifiesta el amor virginal de Cristo a su Iglesia y la virginal y sobrenatural fecundidad de esta unión”.
Dirigiéndose luego a los laicos, Benedicto XVI explicó que ellos “en esta tierra han demostrado extraordinaria vitalidad de fe y de obras, en los varios campos del apostolado asociado y del compromiso social. Recemos para que el fulgor de la belleza divina resplandezca en cada una de nuestras comunidades y que la Iglesia sea signo luminoso de esperanza para la humanidad del tercer milenio”.