Al presidir la oración del Ángelus este domingo en Castelgandolfo, el Papa Benedicto XVI volvió a escoger los santos, especialmente dos mártires contemporáneos, que la Iglesia celebra a lo largo de la semana para proponerlos como modelos de santidad para todos, pero especialmente para los presbíteros en este “Año del Sacerdote".
"Excepto la virgen Santa Clara de Asís -dijo el Pontífice-, todos los demás santos que conmemoraremos a lo largo de esta semana son mártires, de los cuales dos fueron asesinados en el campo de concentración de Auschwitz. Se trata de Santa Teresa Benedicta de la Cruz –Edith Stein- que, nacida en la fe hebrea y conquistada por Cristo en la edad adulta, se convirtió en monja carmelita y selló su existencia con el martirio; y San Maximiliano Kolbe, hijo de Polonia y de San Francisco de Asís, gran apóstol de María Inmaculada.”
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Nos encontraremos también con otras figuras espléndidas de mártires de la Iglesia de Roma, como San Ponciano Papa, San Hipólito sacerdote y San Lorenzo diacono”.
“¡Qué maravillosos modelos de santidad nos propone la Iglesia! Estos santos son testigos de esa caridad que ama ‘hasta el final’, y no tiene en consideración el mal recibido, sino que lo combate con el bien”, agregó.
“De ellos podemos aprender, sobre todo nosotros los sacerdotes, el heroísmo evangélico que nos empuja, sin temer nada, a dar la vida por la salvación del alma. ¡El amor vence la muerte!”.
Benedicto XVI recordó que todos los santos “pero especialmente los mártires, son testigos de Dios que es Amor: Deus caritas est. Los campos de concentración nazis, que como cualquier campo de exterminio, se pueden considerar como símbolo extremos del mal, del infierno que se abre sobre la tierra, cuando el hombre olvida a Dios y lo sustituye, usurpándole el derecho de decidir qué es el bien y el mal, y dar la vida o la muerte”.
“Por desgracia –siguió el Papa- este triste fenómeno no está relacionado sólo a los campos de concentración. Estos son sólo la punta de una realidad amplia y difundida, a menudo con límites borrosos”.
Los santos, que hemos recordado brevemente, nos llevan a reflexionar sobre la profunda divergencia que existe entre el humanismo ateo y el humanismo cristiano. Una antítesis que atraviesa toda la historia, pero que al final del segundo milenio, con el nihilismo contemporáneo, ha llegado a un punto crucial como apreciaron grandes pensadores y literatos, y como han demostrado ampliamente los últimos acontecimientos”.
“Por un lado, existen filosofías e ideologías, e incluso modos de pensar y de actuar, que exaltan la libertad como único principio del hombre, como arbitrariedad, en alternativa a Dios, y de este modo transforman al hombre en un dios, un dios equivocado, que hace de la arbitrariedad el propio sistema de comportamiento. Por otro lado, tenemos precisamente a los santos que, practicando el evangelio de la caridad, hacen de la esperanza su razón, mostrando el rostro del verdadero Dios, que es Amor, y al mismo tiempo, el rostro auténtico del hombre, creado a imagen y semejanza divina”
El Pontífice concluyó pidiéndole a la Virgen María “para que nos ayude a todos, en primer lugar a nosotros sacerdotes, a ser santos como estos heroicos testigos de la fe y de la entrega de sí hasta el martirio. Ésta es la única manera a las instancias humanas y espirituales que suscita la crisis profunda del mundo contemporáneo, una respuesta creíble y exhaustiva: la de la caridad en la verdad”.