En su homilía de la Misa que presidió esta mañana en la Solemnidad de San Pedro y San Pablo, el Papa Benedicto XVI resaltó la necesidad de que los sacerdotes y los obispos se dediquen a la tarea fundamental de la salvación de las almas, teniendo en cuenta que para ello es necesario, ante todo, “gustar y ver” al Señor.
En sus palabras, el Santo Padre se refirió al mensaje de San Pedro en su primera carta, en donde explica que Cristo es el “custodio” o “vigilante” de las almas. “Ciertamente no se entiende una vigilancia externa, como se puede decir tal vez de un guardia carcelario. Se entiende más bien como un ver desde la altura, un ver a partir de la elevación de Dios. Un ver en la perspectiva de Dios es un ver del amor que quiere servir al otro, que quiere ayudarlo a ser verdaderamente él mismo. Cristo es el ‘obispo de las almas’, nos dice Pedro. Esto significa: Él nos ve en la perspectiva de Dios”, dijo.
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“Si Cristo –continuó– es el obispo de las almas, el objetivo es aquél de evitar que el alma en el hombre se empobrezca, es hacer que el hombre no pierda su esencia, la capacidad para la verdad y el amor. Hacer que él venga a conocer a Dios; que no se pierda en callejones sin salida; que no se pierda en el aislamiento, sino que permanezca abierto para el conjunto”.
Seguidamente Benedicto XVI explicó que “Jesús, el ‘obispo de las almas’, es el prototipo de todo ministerio episcopal y sacerdotal. Ser obispo, ser sacerdote significa en esta perspectiva: asumir la posición de Cristo. Pensar, ver y actuar a partir de su posición elevada. A partir de Él estar a disposición de los hombres, para que encuentren la vida”.
Así, explicó el Papa, la palabra obispo se acerca mucho al término “pastor”; cuya tarea es “pastorear y custodiar el rebaño y conducirlo a los pastos justos. Pastorear el rebaño quiere decir tener cuidado en que las ovejas encuentren la nutrición justa, sea saciada su hambre y apagada su sed. Más allá de la metáfora, esto significa: la palabra de Dios es el alimento del que el hombre tiene necesidad”.
“Hacer siempre de nuevo presente la palabra de Dios y dar así alimento a los hombres es la tarea del recto Pastor. Y él debe saber también resistir a los enemigos, a los lobos. Debe preceder, indicar el camino, conservar la unidad del rebaño”, añadió y precisó que “no basta hablar. Los Pastores deben hacerse ‘modelos del rebaño’. La palabra de Dios es traída del pasado al presente, cuando es vivida”.
Al hablar luego sobre la “razón de la esperanza” de los cristianos, Benedicto XVI subrayó que “la fe proviene de la Razón eterna que entró en nuestro mundo y nos ha mostrado al verdadero Dios. Va más allá de la capacidad propia de nuestra razón, así como el amor ve más que la simple inteligencia. Pero la fe habla a la razón y en la confrontación dialéctica puede resistir a la razón. No la contradice, sino que va a la par con ella y, al mismo tiempo, conduce más allá de ella – introduce en la Razón más grande de Dios”.
“Como pastores de nuestro tiempo tenemos la tarea de comprender nosotros primero la razón de la fe. La tarea de no dejarla permanecer simplemente como una tradición, sino reconocerla como respuesta a nuestras preguntas. La fe exige nuestra participación racional, que se profundiza y se purifica en un compartir de amor. Forma parte de nuestros deberes como Pastores penetrar la fe con el pensamiento para estar en grado de demostrar la razón de nuestra esperanza en la disputa de nuestro tiempo. Más aún – el pensar, por sí solo, no basta. Así como el hablar, por sí solo, no basta”.
Por esa razón, aseguró el Santo Padre, “tenemos necesidad de la experiencia de la fe; de la relación vital con Jesucristo. La fe no debe permanecer como una teoría: debe ser vida. Si en el Sacramento encontramos al Señor; si en la oración hablamos con Él; si en las decisiones cotidianas nos unimos a Cristo – entonces ‘veremos’ cada vez más cuan bueno es Él. Entonces experimentaremos qué bueno es estar con Él. De una tal certeza vivida se deriva la capacidad de comunicar la fe a los demás de modo creíble”.
El Cura de Ars, en cuyo 150º aniversario de fallecimiento el Papa ha decretado el Año Sacerdotal, “no era un gran pensador. Pero él ‘gustaba’ al Señor. Vivía con Él desde las minucias de lo cotidiano además de las grandes exigencias del ministerio pastoral. De este modo se convirtió en ‘uno que ve’. Había gustado, y por esto sabía que el Señor es Bueno. Oremos al Señor, para que nos dé este gustar y podamos convertirnos en testigos creíbles de la esperanza que está en nosotros”.
Al referirse luego a la tarea de la salvación de las almas, el Pontífice explicó que “sin sanación de las almas, sin sanación del hombre desde dentro, no puede haber una salvación para la humanidad. La verdadera enfermedad de las almas, San Pedro la califica como ignorancia – es decir, como desconocimiento de Dios. Quien no conoce a Dios, quien al menos no lo busca sinceramente, queda fuera de la verdadera vida”.
“Aún otra palabra de la Carta (de San Pedro) puede sernos útil para entender mejor la fórmula ‘salvación de las almas’: ‘Purifiquen sus almas con la obediencia a la verdad’.
Es la obediencia a la verdad la que hace pura al alma. Y es la convivencia con la mentira la que la contamina. La obediencia a la verdad comienza con las pequeñas verdades de lo cotidiano, que con frecuencia pueden ser fatigosas y dolorosas. Esta obediencia se extiende después hasta la obediencia sin reservas de frente a la Verdad misma que es Cristo”.
Finalmente, dirigiéndose a los arzobispos que recibieron el palio episcopal en la Eucaristía, el Santo Padre explicó que este “recuerda el rebaño de Jesucristo, que ustedes, queridos hermanos, deben apacentar en comunión con Pedro. Nos recuerda a Cristo mismo, que como Buen Pastor tomó sobre sus espaldas a la oveja perdida, la humanidad, para llevarla a casa. Nos recuerda el hecho que Él, el Pastor Supremo, quiso hacerse Cordero, para hacerse cargo desde dentro del destino de todos nosotros; para llevarnos y sanarnos desde dentro”.
“Queremos orar al Señor, para que nos permita estar sobre sus huellas Pastores justos, ‘no porque estamos obligados, sino de buena gana, como le gusta a Dios (…) con ánimo generoso (…) modelos del rebaño’ (1 Pe 5,2s). Amén”, concluyó.