Al celebrar ayer por la tarde en Montecassino el rezo de las Vísperas con los abades y las comunidades de monjes y monjas benedictinas, el Papa Benedicto XVI reiteró que el patrimonio cristiano es la riqueza moral y espiritual de Europa que debe custodiarse y difundirse.
Al iniciar su homilía el Papa explicó algunos aspectos de la abadía de Montecassino que "fue destruida cuatro veces y otras tantas reconstruida, la última después de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, hace 65 años", y que "como una encina secular plantada por San Benito fue 'podada' por la violencia y la guerra, pero renació con más vigor".
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Seguidamente el Santo Padre indicó que San Benito "abandonó todo para seguir fielmente a Dios" y "encarnando en su existencia el Evangelio" fue "quien dio inicio a un vasto movimiento de renacimiento espiritual y cultural en Occidente".
Refiriéndose a la narración de San Gregorio Magno que da cuenta de cómo San Benito "fue elevado en alto en una indescriptible experiencia mística", Benedicto XVI subrayó que el santo "no recibió este don divino para satisfacer su curiosidad intelectual, sino más bien para que gracias al carisma con el que Dios lo había dotado, fuera capaz de reproducir en el monasterio la vida misma del cielo y restableciera la armonía de lo creado mediante la oración y el trabajo".
Por esa razón, "la Iglesia lo venera como eminente maestro de vida monástica " y "doctor de sabiduría espiritual en el amor a la oración y al trabajo". San Benito, continuó el Pontífice, fue "ejemplo luminoso de santidad e indicó a los monjes a Cristo como único gran ideal; fue maestro de civilización, porque al mismo tiempo que proponía una visión adecuada y equilibrada de las exigencias divinas y de la finalidad última del ser humano, tenía muy presentes las necesidades y las razones del corazón para enseñar y suscitar una fraternidad auténtica y constante y para que en las relaciones sociales no se perdiese de vista la unidad de espíritu que construye y alimenta la paz".
"No es una casualidad que la palabra Pax acoja a los peregrinos y a los visitantes a las puertas de esta abadía", que "se eleva como una silenciosa admonición para rechazar cualquier forma de violencia y construir la paz: en las familias, en las comunidades, entre los pueblos y en toda la humanidad".
"Los monasterios –prosiguió el Santo Padre– han sido a lo largo de los siglos centros fervientes de diálogo, de encuentro y benéfica fusión entre gentes diversas, unificadas por la cultura evangélica de la paz. Los monjes han sabido enseñar con la palabra y el ejemplo el arte de la paz, sirviéndose de los tres vínculos que San Benito consideraba necesarios para conservar la unidad del Espíritu entre los seres humanos: la Cruz, que es la ley misma de Cristo; el libro, es decir la cultura; y el arado, que indica el trabajo, la señoría sobre la materia y el tiempo".
"Gracias a la actividad de los monasterios, articulada en el triple compromiso diario de la oración, el estudio y el trabajo enteros pueblos del continente han conocido un rescate auténtico y un benéfico desarrollo moral, espiritual y cultural, educándose en el sentido de la continuidad con el pasado, en la acción concreta para el bien común, en la apertura hacia Dios y la dimensión trascendental".
Por ello el Papa instó a que "recemos para que Europa valorice siempre este patrimonio de principios e ideales cristianos que constituye una riqueza cultural y espiritual inmensa".
"Esto es posible cuando se acoge la enseñanza constante de San Benito; buscar a Dios como compromiso fundamental del ser humano que no se realiza plenamente ni puede ser realmente feliz sin Dios. Desde este lugar donde reposan sus restos mortales, el santo Patrono de Europa sigue invitando a todos a proseguir su obra de evangelización y promoción humana".
Después del rezo de las Vísperas el Santo Padre veneró las reliquias de San Benito y Santa Escolástica, sepultados detrás del altar mayor de la Basílica.