El Presidente de la Pontificia Academia para la Vida, Mons. Rino Fisichella, resalta que "el anuncio de la vida pertenece al ADN de la Iglesia porque ella es testimonio directo no solo del pleno valor que la vida personal posee, sino sobre todo porque anuncia una vida que ha vencido el límite de la muerte".
En un artículo publicado en L'Osservatore Romano, el Prelado hace esta afirmación como parte de una reflexión sobre la Instrucción Dignitas personae sobre algunas cuestiones de bioética, que la Congregación para la Doctrina de la Fe diera a conocer en diciembre de 2008.
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En el texto, Mons. Fisichella explica que "es en torno a esta dimensión que se encuentran y desencuentran las distintas visiones sobre la vida humana, pero es también este el espacio en donde confluyen las preguntas que exigen una respuesta cargada de sentido, que no esté más sujeta a las hipótesis o teorías de trabajo, sino que sea capaz de dar certeza para permitir construir la vida de cada uno sobre un fundamento real, estable y seguro".
Para el Arzobispo, el mérito de Dignitas personae está en haber reafirmado "con fuerza y claridad el valor de la ética en la ciencia, en la experimentación y en las distintas tecnologías biomédicas. Si alguno, en nombre del progreso, quisiera eliminar del todo la ética de estos ámbitos, se encontraría ante un imposible, porque lo que quisiera hacer salir por la puerta entraría nuevamente por la ventana para permanecer en casa en detrimento de cuantos desean su eliminación".
Tras reiterar que este documento precisa que la manipulación de embriones humanos en la investigación científica es un "mal intrínseco porque parte del supuesto de que en aquel embrión no hay vida verdaderamente humana, y que así contradice toda forma de respeto debido a la dignidad de un ser humano viviente", el Arzobispo recuerda en Dignitas personae se mueve justamente con "prudencia cuando está ante el deber de juzgar experimentaciones con finalidades terapéuticas que todavía no tienen el consenso de la comunidad científica y se mueven en el terreno de solicitar mayores estudios y reflexiones".
Cuando, en vez de ello, "debe afrontar casos concretos que ya permiten verificar lo que sucede en el abuso de células estaminales embrionarias o de los mismos embriones, entonces su juicio se hace moralmente cierto sin dejar espacio para la duda", precisa.
Es bueno, entonces, asegura el Prelado, "que se pueda distinguir en la argumentación de Dignitas personae lo que sirve para una finalidad terapéutica, que no solo es aprobado moralmente como lícito sino que es sostenido para que pueda producir más; y lo que, en cambio, se convierte en arbitrio individual que impone el sacrificio de seres humanos o incluso su selección eugenética".
"Dignitas personae, por lo tanto, viene a recordar el carácter inviolable de la vida humana: un valor que se aplica a todos sin distinción alguna. Un desafío que, si es acogido, puede representar una etapa significativa para el progreso coherente de la humanidad".
Luego de comentar que "no es necesario cree en Dios para saber que la vida es un bien precioso y un don por el que debemos estar agradecidos", el Presidente de la Pontificia Academia para la Vida precisa que "la vida humana no es un experimento de laboratorio, sino un acto de amor que marca para siempre la existencia".
Por ello, precisa el Prelado vaticano, "es un bien inviolable e indisponible que todo ordenamiento jurídico está obligado a poner como propio fundamento. Sucede, sin embargo, que en algunos casos este principio es violado y contradicho. Esto no constituye una conquista que hace a algunos países más evolucionados que otros, al contrario, lo que hace evidente es la contradicción en la que se cae cuando se sumerge uno en la sombra del relativismo".