En la Audiencia General de hoy, el Papa Benedicto XVI prosiguió sus catequesis sobre San Pablo y precisó que "si pensamos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, que Cristo se entregó por nosotros, aprendemos cómo vivir con Cristo el amor recíproco, el amor que nos une a Dios y nos hace ver en el otro la imagen del mismo Cristo".
En su catequesis de hoy el Santo Padre se refirió a algunos aspectos teológicos contenidos en las Cartas de San Pablo a los Colosenses y los Efesios. "Sólo en estas dos Cartas Jesucristo recibe el título de 'jefe'. En primer lugar se habla de Él como cabeza de la Iglesia, lo que significa dos cosas: ante todo que es el gobernante, el responsable que guía la comunidad cristiana como jefe y Señor. La Iglesia le está sometida, tanto para seguir su guía superior, como para acoger todos los influjos vitales que emanan de Él. Pero también, en segundo lugar, Cristo es considerado además jefe de las potencias celestes y del cosmos entero".
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"De ese modo –explicó el Papa– las dos Cartas nos dan un mensaje muy positivo y fecundo: Cristo no teme a ningún concurrente eventual porque es superior a cualquier forma de poder que tuviera la pretensión de humillar al ser humano. Por eso, si estamos unidos a Cristo no debemos temer a ningún enemigo y a ninguna adversidad. Incluso el cosmos entero está sometido a su poder". Benedicto XVI se refirió, al respecto, a la representación de Cristo como Pantócrator, sentado a veces sobre el mundo o sobre un arco iris "para indicar su equiparación con el mismo Dios, a cuya derecha se sienta, y por tanto su incomparable función de guía de los destinos humanos".
"Una visión de ese tipo –prosiguió– es concebible solo por parte de la Iglesia, no en el sentido de que quiera apropiarse indebidamente de lo que no le pertenece, sino de otras dos formas: la Iglesia reconoce que de cualquier forma Cristo es más grande que ella, dado que su señorío se extiende más allá de sus confines y en el sentido de que sólo la Iglesia, y no el cosmos, se puede calificar como Cuerpo de Cristo. Todo ello significa que debemos considerar positivamente las realidades terrenas ya que Cristo las recapitula y al mismo tiempo debemos vivir en plenitud nuestra identidad eclesial específica, que es la más homogénea a la identidad del mismo Cristo".
Otro concepto característico de esas Cartas, precisó luego Benedicto XVI, es "el misterio", que significa "el inescrutable plan divino sobre el ser humano, los pueblos y el mundo que se cumple plenamente en Cristo, en quien el misterio se encarna y puede percibirse tangiblemente".
El Papa aludió también a otro tema recurrente de las Cartas: "el vínculo esponsal entre Cristo y la Iglesia" que "se preocupa además por su belleza: no solo la adquirida con el bautismo, sino también la que debe aumentar día tras día gracias a una vida irreprochable, sin mancha ni arruga en su comportamiento moral".
"De aquí a la experiencia del matrimonio cristiano el paso es breve; incluso no está muy claro cuál es para el autor de la Carta el punto de referencia inicial: la relación entre Cristo y la Iglesia, a cuya luz considerar la unión del hombre y la mujer, o la experiencia de la unión conyugal para plantear la relación entre Cristo y la Iglesia".
"¡Qué gran catequesis son estas dos Cartas!", exclamó el Papa. "De ellas podemos aprender cómo ser buenos cristianos y cómo transformarnos realmente en personas. Si empezamos a entender que el cosmos es la huella de Cristo, entendemos cómo debemos relacionarnos con el universo, cuáles son los problemas de su conservación; aprendemos a verlo utilizando la razón, pero una razón que es amor, respeto y humildad".
"Si pensamos que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, que Cristo se entregó por nosotros, aprendemos cómo vivir con Cristo el amor recíproco, el amor que nos une a Dios y nos hace ver en el otro la imagen del mismo Cristo", concluyó.