El Presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, Cardenal Jean-Louis Tauran, explicó que actualmente, cuando en el mundo más que nunca se habla de las religiones, el diálogo entre ellas se convierte en una gracia y un riesgo, que debe ser asumido coherentemente por los cristianos, sin renunciar o encubrir su fe, en la búsqueda del bien común.
En su intervención, recogida por L'Osservatore Romano, durante la apertura del año académico de la Pontificia Facultad Teológica de Italia Meridional, en Nápoles, el Purpurado señaló que "en el diálogo interreligioso tomo un riesgo. Acepto, obviamente, no renunciar a mi fe, pero sí dejarme interpelar por las convicciones del otro. Acepto tomar en cuenta argumentos distintos a los míos o a los de mi comunidad. La idea es conocerse, considerar la religión del otro con benevolencia y dejarse enriquecer por los aspectos positivos que hay en su religión".
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"Cada religión –prosigue– tiene su identidad, pero acepto considerar que Dios está también operando en todos, en el alma de quien lo busca con sinceridad".
El Presidente del Pontificio Consejo destaca luego que "son tres los elementos que van juntos: identidad, alteridad y diálogo. No se trata, obviamente, de buscar una especie de religión universal, o de buscar el más pequeño denominador común".
"La primera condición para que el diálogo interreligioso sea provechoso es la claridad: cada creyente debe ser consciente de su propia identidad espiritual. Los líderes religiosos deben estar atentos a que el genio propio de cada religión sea siempre bien comprendido", precisó.
Para el Purpurado, el diálogo interreligioso "moviliza entonces a todos cuantos caminan hacia Dios o hacia el Absoluto. Todos los creyentes y buscadores de Dios tienen la misma dignidad. Para un católico, dialogar con otros creyentes, es, primero que nada, una experiencia espiritual, y por tanto, una gracia. Es una actividad básicamente religiosa, animada no solamente por el conocimiento intelectual o la amistad, sino por la oración. Me lleva a profundizar mi fe y testimoniarla: no debo por tanto esconder mi especificidad".
Seguidamente, el Cardenal Tauran advierte que este diálogo también conlleva el riesgo del sincretismo, pero éste, explica, se "torna relativo si, como decía antes, cada creyente que dialoga ejercita su razón y, a la luz de ésta, es animado a profundizar en la propia fe para dar cuenta de ella".