Miles de fieles y peregrinos se reunieron este medio día en la Plaza de San Pedro para rezar el Ángelus dominical con el Papa Benedicto XVI, quien al introducir la oración mariana recordó que el Reino de Dios no es una cuestión ni de honores ni de apariencias, y que en su Reino eterno acoge a cuantos se esfuerzan día a día por poner en práctica su Palabra.
“La realeza de Cristo es revelación y actuación de la realeza de Dios Padre, que gobierna todas las cosas con amor y con justicia”, dijo el Pontífice el día en que la Iglesia celebra la solemnidad de Cristo Rey.
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Resaltó cómo “el Padre confió al Hijo la misión de dar a los hombres la vida eterna amándolos hasta el supremo sacrificio, y al mismo tiempo le dio el poder de juzgarlos, desde el momento en que se hizo Hijo del hombre, en todo igual a nosotros”.
“El Evangelio de hoy –continuó el Papa- insiste justamente en la realeza universal de Cristo juez, con la estupenda parábola del juicio final que San Mateo ha situado inmediatamente antes de la narración de la Pasión. Las imágenes son simples, el lenguaje es popular, pero el mensaje es extremadamente importante: es la verdad sobre nuestro destino último y sobre el criterio bajo el cual seremos evaluados”.
El Pontífice citó entonces aquella parte del Evangelio según San Mateo que dice: “porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron”, y agregó: “¿Quién no conoce esta página? Es parte de nuestra civilización. Ha marcado la historia de los pueblos de cultura cristiana: la jerarquía de valores, las instituciones, las obras benéficas y sociales”.
“El reino de Dios no es de este mundo, mas lleva a su realización todo el bien que, gracias a Dios, existe en el hombre y en la historia. Si ponemos en práctica el amor por nuestro prójimo, entonces damos espacio a la señoría de Dios, y su reino se realiza entre nosotros. En cambio si cada uno piensa solamente en los propios intereses, el mundo caminará hacia su ruina”, agregó Benedicto XVI.
Más adelante recordó que “el reino de Dios no es una cuestión de honores y apariencias” y que “el Señor quiere con todo su corazón nuestro bien, es decir, que cada hombre tenga la vida y que especialmente sus hijos más pequeños puedan acceder al banquete que ha preparado para todos”.
“En su reino eterno –agregó- Dios acoge a cuantos se esfuerzan día a día por poner en práctica su palabras. Por esto la Virgen María, la más humilde de todas las criaturas, es la más grande a sus ojos y se siente a la derecha de Cristo Rey”.