El Papa Benedicto XVI alentó a sacerdotes, religiosos, religiosas, seminaristas y diáconos, a procurar que las “liturgias de la tierra” hagan presentir la belleza “de la liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra peregrinación en la tierra”.
Desde la Catedral de Notre Dame de Paris, donde presidió el rezo de las Vísperas solemnes, Benedicto XVI consideró que “las liturgias de la tierra, ordenadas todas ellas a la celebración de un Acto único de la historia, no alcanzarán jamás a expresar totalmente su infinita densidad”.
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“En efecto, la belleza de los ritos nunca será lo suficientemente esmerada, lo suficientemente cuidada, elaborada, porque nada es demasiado bello para Dios, que es la Hermosura infinita. Nuestras liturgias de la tierra no podrán ser más que un pálido reflejo de la liturgia, que se celebra en la Jerusalén de arriba, meta de nuestra peregrinación en la tierra. Que nuestras celebraciones, sin embargo, se le parezcan lo más posible y la hagan presentir”, indicó.
“¡Qué maravilla reviste nuestra actividad al servicio de la divina Palabra! Somos instrumentos del Espíritu; Dios tiene la humildad de pasar a través de nosotros para sembrar su Palabra. Llegamos a ser su voz después de haber vuelto el oído a su boca. Ponemos su Palabra en nuestros labios para ofrecerla al mundo. La ofrenda de nuestra plegaria le es agradable y le sirve para comunicarse con todos los que nos encontramos”, agregó.
En este sentido, recordó que “la Palabra de Dios nos ha sido dada para ser el alma de nuestro apostolado, el alma de nuestra vida de sacerdotes. A lo largo de la jornada, la Palabra de Dios se convierte en la materia de la oración de toda la Iglesia, que desea así dar testimonio de su fidelidad a Cristo”.
El Santo Padre exhortó a los sacerdotes a no tener miedo “de dedicar mucho tiempo a la lectura, a la meditación de la Escritura y al rezo del Oficio divino. Casi sin saberlo, la Palabra leída y meditada en la Iglesia actúa sobre vosotros y os transforma”.
Luego se dirigió a los seminaristas pidiéndoles conservar “siempre el gusto por la Palabra de Dios. Aprended, por su medio, a amar a todos los que encontréis en vuestro camino. Nadie sobra en la Iglesia, nadie. Todo el mundo puede y debe encontrar su lugar”.
El Papa pidió a los diáconos, que “sin buscar sustituir a los presbíteros, sino ayudándolos con amistad y eficacia” fueran “testigos vivos del poder infinito de la divina Palabra”.
A los religiosos, religiosas y todas las personas consagradas, Benedicto XVI les recordó que su “única riqueza -la única, verdaderamente, que traspasará los siglos y el dintel de la muerte- es la Palabra del Señor. Vuestra obediencia es, etimológicamente, una escucha, ya que el vocablo ‘obedecer’ viene del latín ‘obaudire’, que significa tender el oído hacia algo o alguien. Obedeciendo, volvéis vuestra alma hacia Aquel que es el Camino, la Verdad y la Vida. La pureza de la divina Palabra es el modelo de vuestra propia castidad; garantía de fecundidad espiritual”.
Benedicto XVI saludó al final a los representantes de las Iglesias cristianas y de las comunidades eclesiales, “que han venido a rezar fraternalmente las Vísperas con nosotros en esta catedral”.
“Pido ardientemente al Señor que crezca en nosotros el sentido de esta unidad de la Palabra de Dios, signo, prenda y garantía de la unidad de la Iglesia: no un amor en la Iglesia sin amor a la Palabra, no una Iglesia sin unidad en torno a Cristo redentor, no frutos de redención sin amor a Dios y al prójimo, según los dos mandamientos que resumen toda la Escritura santa”, indicó.
Puede leer la homilía completa en http://www.aciprensa.com/benedictoxvi/viajes/lourdes08/documento.php?doc_id=207