En un año, ocho meses y doce días de vida, la pequeña Marcela de Jesús Ferreira consiguió más amigos que ningún otro niño de su edad. Unas 1,500 personas acompañaron sus restos y llevaron su blanco ataúd hasta el cementerio de Patrocinio Paulista, su pueblo natal, donde quieren dedicar una calle a su memoria.
Marcela de Jesús Ferreira nació el 20 de noviembre de 2006. A los cuatro meses de gestación le diagnosticaron anencefalia, una malformación congénita que supone la pronta muerte del bebé debido a la carencia parcial o total de cerebro. Los bebés que nacen con esta malformación sobreviven sólo horas o escasos días fuera del vientre materno.
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Su nacimiento y su lucha por la vida coincidieron con un intenso debate sobre la legalización del aborto en Brasil para casos de anencefalia. Los promotores del aborto que por meses habían insistido en proclamar que esta malformación solo causa dolor a la gestante, no pudieron silenciar el testimonio de Casilda Galante Ferreira, la humilde agricultora de 36 años, madre de Marcela.
"Sufrir, la gente sufre, pero ella no me pertenece, ella es de Dios y yo la cuido aquí", declaró Cacilda a los periodistas que la buscaron en el hospital cuando dio a luz.
Para la madre de Marcela, "cada segundo de su vida" fue precioso. "Considero su vida un milagro tan grande que voy a esperar hasta que Dios quiera su hora de partir", dijo entonces. Ese momento llegó el viernes 1 de agosto a las 22 horas.
Según informó el diario A Cidade, Marcela falleció de paro cardiorrespiratorio, debido a una fuerte neumonía por aspiración de leche. Sus funerales congregaron a muchas personas que quisieron elevar una plegaria por ella. Sus familiares y amigos decidieron llevar sus restos a pie hasta su sepultura. Durante todo el tiempo se escucharon alegres cantos y fervientes oraciones.
Numerosas personas se turnaron para cargar su ataúd en las calles de Patrocinio Paulista. Marcela murió pesando 15 kilogramos y medía 72 centímetros.
Sus padres aceptaron su tránsito con serenidad y esperanza. Sus hermanas Deborah y Dirlene no pudieron contener el llanto. Dirlene ayudó a cuidar de su hermana desde que nació.
Cacilda asegura que trató de cumplir su misión de madre la mejor manera posible. "Dios ha llegado a buscarla. Es su momento. Me siento feliz porque ella no ha sufrido mucho y vivió rodeada de amor", dijo antes de dar el último adiós a la pequeña Marcela de Jesús.