En el discurso que pronunció durante la ceremonia de despedida en un hangar del aeropuerto de Sydney, el Papa Benedicto XVI señaló que, tras la experiencia de la JMJ 2008, la Iglesia tiene esperanza en su futuro.
Después del encuentro con los voluntarios de la JMJ en el Domain de Sydney, el Santo Padre fue acogido en aeropuerto internacional por el Gobernador General, Michael Jeffery; el Primer Ministro, Kevin Rudd y por los representantes de la sociedad civil de Nuevo Gales del Sur. Entre las autoridades religiosas se encontraban el Presidente de la Conferencia Episcopal Australiana, el Arzobispo Philip Edward Wilson; el Cardenal George Pell, Arzobispo de Sydney y el Obispo Coordinador de la JMJ, Mons. Anthony Colin Fisher.
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En un discurso que constituye su primera evaluación del viaje a Australia, el Papa Benedicto XVI dio las gracias por la hospitalidad recibida durante los días transcurridos en ese país, así como por la “calurosa bienvenida, a mí y a innumerables jóvenes peregrinos que han confluido aquí desde todos los rincones del mundo”.
“En los días pasados –dijo–, los actores principales del escenario han sido, obviamente, los jóvenes. La Jornada Mundial de la Juventud les pertenece. Han sido los que han hecho de esta Jornada un acontecimiento eclesial de carácter global, una gran celebración de la juventud, de lo que significa ser Iglesia, el Pueblo de Dios en medio del mundo, unido en la fe y en el amor, y que el Espíritu ha hecho capaz de llevar el testimonio de Cristo resucitado hasta los confines de la tierra”.
Recordando los días pasados, el Papa confesó que le había “impresionado mucho la visita a la tumba de Mary MacKillop”, y agradeció a las Hermanas de San José la oportunidad de orar en el Santuario de su co-fundadora.
“Las estaciones del Via Crucis por las calles de Sydney –dijo– nos han recordado con vigor que Cristo nos ha amado 'hasta el extremo' y que ha compartido nuestros sufrimientos para que nosotros pudiéramos compartir su gloria”.
El Santo Padre señaló que el encuentro con los jóvenes en Darlinghurst fue “un momento de alegría y gran esperanza, un signo de que Cristo puede levantarnos de las situaciones más difíciles, restableciendo nuestra dignidad y permitiéndonos mirar adelante hacia un futuro mejor".
"El encuentro con los responsables ecuménicos e interreligiosos –continuó– se ha caracterizado por un espíritu de auténtica fraternidad y por un deseo profundo de mayor colaboración en el compromiso de edificar un mundo más justo y pacífico”.
“Sin duda, los puntos culminantes de mi visita han sido los encuentros de Barangaroo y de la Cruz del Sur. Aquellas experiencias de oración, nuestra jubilosa celebración de la Eucaristía, han sido un testimonio elocuente de la obra vivificante del Espíritu Santo, presente y activo en el corazón de nuestros jóvenes".
"La Jornada Mundial de la Juventud nos ha mostrado que la Iglesia puede alegrarse de los jóvenes de hoy y llenarse de esperanza por el mundo del mañana”.