Miles de personas se dieron cita en la Plaza de San Pedro para rezar el Ángelus dominical con el Papa Benedicto XVI, quien en sus palabras iniciales alentó a combatir el miedo con la certeza del amor de Dios.
“Quien teme a Dios está tranquilo incluso en medio a las tormentas, pues Dios, como Jesús nos lo ha revelado, es Padre lleno de misericordia y de bondad”, dijo el Pontífice al meditar sobre el Evangelio de hoy.
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El Santo Padre explicó que “el miedo es una dimensión natural de la vida” y que a lo largo de ésta se manifiesta en diversos modos. “Desde pequeños se experimentan formas de miedo que más tarde se revelan como imaginarias y así desaparecen; otras sucesivamente emergen y tienen precisos fundamentos en la realidad: estas deben ser afrontadas y superadas con el esfuerzo humano y con la confianza en Dios”.
“Existe además –continuó el Papa- una forma de miedo más profunda, de tipo existencial, que desemboca a veces en angustia: esta nace de una experiencia de vacío, ligado a una cierta cultura impregnada por un difundido nihilismo teórico y práctico”.
Frente a tal realidad, Benedicto XVI recordó que en la Palabra de Dios encontramos socorro, pues nos dice: “Quien teme a Dios, no tiene miedo”.
Explicando el temor de Dios, Su Santidad hizo notar que este viene “definido por las Escrituras como “el principio de la verdadera sabiduría, coincide con la fe en Dios, con el sagrado respeto por su autoridad sobre la vida y sobre el mundo”.
“No tener temor de Dios –prosiguió- equivale a ocupar su lugar, sentirse patrones del bien y del mal, de la vida y de la muerte. En cambio, quien tema a Dios advierte en sí la seguridad que tiene el niño en los brazos de su madre”.
Citando al Apóstol san Juan, el Papa acentuó el hecho que “en el amor no existe el temor, por el contrario, el amor perfecto aleja el temor, porque el temor supone un castigo y quien teme no es perfecto en el amor”.
“El creyente no se asusta frente a nada, porque sabe que está en las manos de Dios, sabe que el mal y lo irracional no tienen la última palabra, sino que el único Señor del mundo y de la vida es Cristo, el Verbo de Dios encarnado, que nos ha amado hasta sacrificarse, muriendo en la cruz por nuestra salvación”.
Más adelante recordó a los presentes que “mientras más crecemos en la intimidad con Dios, impregnada de amor, con mayor facilidad vencemos todo tipo de miedo”.
Seguidamente el Papa rezó el Ángelus, saludó a los peregrinos en diversos idiomas e impartió su Bendición Apostólica.