El Arzobispo de Valencia, Cardenal Agustín García-Gasco, advirtió que "hoy en día el mayor enemigo de una comprensión fuerte de la dignidad humana y de sus derechos es la perspectiva utilitarista" porque "quien analiza a los derechos humanos en claves de utilidad no tiene ningún inconveniente en reducir los derechos de los más débiles e indefensos, si con ello consigue beneficios para un gran número de mejor situados".
En su carta semanal, el Arzobispo volvió a abordar el reciente discurso del Papa Benedicto XVI ante las Naciones Unidas y precisó que frente al reduccionismo utilitarista "hay que señalar con claridad que los derechos y los consiguientes deberes no son fruto de la capacidad de negociación de los agentes sociales".
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Evocando a San Agustín de Hipona y su máxima "no hagas a otros lo que no quieres que te hagan a ti", el Purpurado explicó que "hoy la regla de oro puede ser eficazmente reformulada así: ‘Si quieres que se respeten y potencien tus derechos, respeta y potencia los derechos de los demás’".
"Sin embargo, como ha advertido Benedicto XVI ante las Naciones Unidas, la experiencia nos enseña que en ocasiones la legalidad prevalece sobre la justicia, cuando se hace aparecer a los derechos humanos como resultado exclusivo de medidas legislativas o decisiones normativas tomadas por los que están en el poder", indicó.
Según el Cardenal García-Gasco, "cuando los derechos humanos se presentan simplemente en términos de legalidad o de opciones ideológicas, corren el riesgo de convertirse en proposiciones frágiles, separadas de la dimensión ética y racional, que es su fundamento y su fin. Esa condición de fragilidad y de ineficacia de los derechos quiso ser decididamente corregida por la Declaración Universal. El respeto de los derechos humanos está enraizado principalmente en la justicia que no cambia, sobre la cual se basa también la fuerza vinculante de las proclamaciones internacionales".
"Basar los derechos en la justicia que no cambia no implica ignorar la importancia de la historia humana. El Santo Padre ha reconocido que con el transcurrir de la historia surgen situaciones nuevas y se intenta conectarlas a nuevos derechos. Para tener éxito en esta conexión se requiere la virtud del discernimiento, es decir, la capacidad constante de distinguir el bien del mal, especialmente en las exigencias que conciernen a la vida misma y al comportamiento de las personas, de las comunidades y de los pueblos. No basta invocar nuevos derechos. Hay que reflexionar con profundidad sobre si verdaderamente protegen el bien humano de modo integral", agregó.
Finalmente, indicó que "si las personas crecemos en nuestro sentido de la justicia cuando actuamos en libertad, el futuro de los derechos humanos está garantizado. La mejor cultura de los derechos humanos no se impone con la fuerza, sino que muestra su esplendor con una adecuada comprensión de la dignidad incomparable de cada ser humano".