Tras la publicación de la carta dirigida a todos los episcopados del mundo convocando a celebrar el 30 de mayo, Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, la Jornada de Oración por la Santificación de los Sacerdotes, enviada por el Cardenal Claudio Hummes, Prefecto del Dicasterio, se han presentado las oraciones por y para los sacerdotes.
En la carta, el Cardenal recuerda "la prioridad de la oración con respecto a la acción, en cuanto que de ella depende la eficacia del obrar. De la relación personal de cada uno con el Señor Jesús depende en gran medida la misión de la Iglesia. Por tanto, la misión debe alimentarse con la oración”.
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“La única medida adecuada, ante nuestra santa vocación, es la radicalidad”, dice el Cardenal; y agrega que “esta entrega total, con plena conciencia de nuestra infidelidad, sólo puede llevarse a cabo como una decisión renovada y orante que luego Cristo realiza día tras día. Incluso el don del celibato sacerdotal se ha de acoger y vivir en esta dimensión de radicalidad y de plena configuración con Cristo. Cualquier otra postura, con respecto a la realidad de la relación con él, corre el peligro de ser ideológica”.
Las oraciones que acompañan la carta son para ser rezadas por los mismos sacerdotes y para que los fieles laicos recen por sus sacerdotes. A continuación, la Oración del Sacerdote:
Señor, Tú me has llamado al ministerio sacerdotal
en un momento concreto de la historia en el que,
como en los primeros tiempos apostólicos,
quieres que todos los cristianos, y en modo especial los sacerdotes,
seamos testigos de las maravillas de Dios y de la fuerza de tu Espíritu.
Haz que también yo sea testigo de la dignidad de la vida humana,
de la grandeza del amor
y del poder del ministerio recibido:
Todo ello con mi peculiar estilo de vida entregada a Ti
por amor, sólo por amor y por un amor más grande.
Haz que mi vida celibataria
sea la afirmación de un sí, gozoso y alegre,
que nace de la entrega a Ti
y de la dedicación total a los demás
al servicio de tu Iglesia.
Dame fuerza en mis flaquezas
y también agradecer mis victorias.
Madre, que dijiste el sí más grande y maravilloso
de todos los tiempos,
que yo sepa convertir mi vida de cada día
en fuente de generosidad y entrega,
y junto a Ti,
a los pies de las grandes cruces del mundo,
me asocie al dolor redentor de la muerte de tu Hijo
para gozar con Él del triunfo de la resurrección
para la vida eterna. Amén.
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