Ante unos tres mil sacerdotes, religiosos y seminaristas reunidos en la Catedral de San Patricio en Nueva York, el Papa Benedicto XVI pidió la gracia de un nuevo Pentecostés para la Iglesia en América y aseguró que con la ayuda del Espíritu Santo se pueden superar las divisiones dentro de la Iglesia para lograr la renovación espiritual buscada por el Concilio Vaticano II.
El Papa exhortó a llevar un mensaje de esperanza a un mundo marcado por la violencia y el cinismo. “La proclamación de la vida, de la vida abundante, debe ser el centro de la nueva evangelización. Pues la verdadera vida – nuestra salvación – se encuentra sólo en la reconciliación, en la libertad y en el amor que son dones gratuitos de Dios. Éste es el mensaje de esperanza que estamos llamados a anunciar y encarnar en un mundo en el que egocentrismo, avidez, violencia y cinismo parecen sofocar muy a menudo el crecimiento frágil de la gracia en el corazón de la gente”, indicó.
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En este sentido, el Santo Padre señaló que “solamente desde dentro, desde la experiencia de fe y de vida eclesial, es como vemos a la Iglesia tal como es verdaderamente: llena de gracia, esplendorosa por su belleza, adornada por múltiples dones del Espíritu. Una consecuencia de esto es que nosotros, que vivimos la vida de gracia en la comunión de la Iglesia, estamos llamados a atraer dentro de este misterio de luz a toda la gente”.
Reconoció que “no es un cometido fácil en un mundo que es propenso a mirar ‘desde fuera’ a la Iglesia, igual que a aquellos ventanales: un mundo que siente profundamente una necesidad espiritual, pero que encuentra difícil ‘entrar en el’ misterio de la Iglesia. También para algunos de nosotros, desde dentro, la luz de la fe puede amortiguarse por la rutina y el esplendor de la Iglesia puede ofuscarse por los pecados y las debilidades de sus miembros”.
El Papa explicó que en una sociedad que, a veces, parece haber olvidado a Dios y se irrita “ante las exigencias más elementales de la moral cristiana”, los religiosos y consagrados deben dar testimonio del amor de Cristo sin olvidar que la palabra de Dios lleva una esperanza segura al mundo.
También señaló que una de las grandes desilusiones que siguieron al Concilio Vaticano II ha sido la experiencia de división entre diferentes grupos, distintas generaciones y diversos miembros de la misma familia religiosa.
“¡Podemos avanzar sólo si fijamos juntos nuestra mirada en Cristo! Con la luz de la fe descubriremos entonces la sabiduría y la fuerza necesarias para abrirnos hacia puntos de vista que no siempre coinciden del todo con nuestras ideas o nuestras suposiciones. Así podemos valorar los puntos de vista de otros, ya sean más jóvenes o más ancianos que nosotros, y escuchar por fin ‘lo que el Espíritu nos dice’ a nosotros y a la Iglesia. De este modo caminaremos juntos hacia la verdadera renovación espiritual que quería el Concilio, la única renovación que puede reforzar la Iglesia en la santidad y en la unidad indispensable para la proclamación eficaz del Evangelio en el mundo de hoy”.
“¡Dirijamos, pues, nuestra mirada hacia arriba! Y con gran humildad y confianza pidamos al Espíritu que cada día nos haga capaces de crecer en la santidad que nos hará piedras vivas del templo que Él está levantando justamente ahora en el mundo. Si tenemos que ser auténticas fuerzas de unidad, ¡esforcémonos entonces en ser los primeros en buscar una reconciliación interior a través de la penitencia! ¡Perdonemos las ofensas padecidas y dominemos todo sentimiento de rabia y de enfrentamiento! ¡Esforcémonos en ser los primeros en demostrar la humildad y la pureza de corazón necesarias para acercarnos al esplendor de la verdad de Dios! En fidelidad al depósito de la fe confiado a los Apóstoles, ¡esforcémonos en ser testigos alegres de la fuerza transformadora del Evangelio!”, agregó.