Al recibir en audiencia a los participantes del Congreso organizado por la Pontificia Academia para la Vida "Junto al enfermo incurable y el moribundo: orientaciones éticas y operativas", el Papa Benedicto XVI reiteró la doctrina de la Iglesia respecto del tratamiento a los moribundos y el rechazo tajante a toda forma de eutanasia.
El Pontífice destacó "el vasto panorama de vuestras reflexiones, y el interés que éstas implican para el tiempo presente, de manera especial para el mundo secularizado de hoy".
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El Papa destacó que cuando una vida se acaba en la ancianidad, al inicio de ésta o en la edad media de un ser humano "no debe verse en ello sólo un hecho biológico que se apaga, o una biografía que se cierra, sino un nuevo nacimiento y una existencia renovada, ofrecida por el Resucitado a quien no se ha opuesto voluntariamente a su Amor".
"Con la muerte se concluye la experiencia terrena, pero a través de la muerte se abre también, para cada uno de nosotros, más allá del tiempo, la vida plena y definitiva", agregó.
El Pontífice indicó luego que para los creyentes, "este encuentro del moribundo con la Fuente de la Vida y del Amor representa un don que tiene valor para todos, que enriquece la comunión de todos los fieles"; y puso como ejemplo a la Madre Teresa de Calcuta, quien "tenía una particular premura por recoger a los pobres y abandonados, para que por lo menos en el momento de la muerte pudiesen experimentar, en el abrazo de las hermanas y hermanos, el calor del Padre".
El Papa destacó que no sólo los creyentes, sino que "toda la sociedad mediante sus instituciones sanitarias y civiles, está llamada a respetar la vida y la dignidad del enfermo grave o del moribundo"; porque "de manera especial los sectores vinculados a la ciencia médica están llamados a expresar la solidaridad del amor, la salvaguardia y el respeto de la vida humana en todo momento de su desarrollo terreno, sobre todo cuando ésta sufre una condición de enfermedad o está en su fase terminal".
El Pontífice destacó la necesidad de asegurar "a cada persona que tuviese necesidad, el sustento necesario a través de las terapias e intervenciones médicas adecuadas, individuadas y administradas según los criterios de la proporcionalidad médica, siempre teniendo en cuenta el deber moral de administrar (de parte del medico) y de acoger (de parte del paciente) aquellos medios de preservación de la vida que, en la situación concreta, resulten 'ordinarios'".
El Papa señaló luego que en lo que concierne a las terapias "con un alto nivel de riesgo o que prudentemente habría que juzgar 'extraordinarias', el recurso a ellas es moralmente lícito pero facultativo. Además, es necesario asegurar siempre a cada persona los cuidados necesarios y debidos, aparte del apoyo a las familias más probadas por la enfermedad de uno de sus miembros, sobre todo si es grave o se prolonga".
Al igual que cuando nace un niño los familiares tienen unos derechos específicos para ausentarse del trabajo, del mismo modo, dijo, "deberían reconocerse unos derechos parecidos" a los parientes del enfermo terminal.
"Un mayor respeto de la vida humana individual pasa inevitablemente a través de la solidaridad concreta de todos y cada uno, constituyendo uno de los desafíos más urgentes de nuestro tiempo", agregó.
Tras constatar que cada vez es más frecuente encontrar en las grandes ciudades a personas ancianas y solas, "también en los momentos de la enfermedad grave y en proximidad de la muerte", el Santo Padre afirmó que "en esas situaciones, se hacen agudas las presiones de la eutanasia, sobre todo cuando se insinúa una visión utilitarista en relación con la persona".
Al respecto el Santo Padre recordó una vez más "la firme y constante condena ética de toda forma de eutanasia directa, según la enseñanza tradicional de la Iglesia".
"El esfuerzo de la sociedad civil y de la comunidad de los creyentes debe orientarse a que todos puedan no solo vivir con dignidad y responsablemente, sino también cruzar el momento de la prueba y de la muerte en la mejor condición de fraternidad y solidaridad, también cuando la muerte se da en una familia pobre o en el lecho de un hospital".
El Santo Padre afirmó que la sociedad tiene que "asegurar el debido apoyo a las familias que quieren atender en casa, durante largos períodos, a enfermos afligidos por patologías degenerativas o necesitados de una asistencia particularmente costosa".
"La colaboración entre la Iglesia y las instituciones puede ser especialmente importante en estos campos para asegurar la ayuda necesaria a la vida humana en el momento de la fragilidad", concluyó.