En entrevista con "L'Osservatore Romano" y Radio Vaticano, el Prepósito General saliente de la Compañía de Jesús, P. Peter-Hans Kolvenbach, señaló, en la vigilia de la 35 Congregación General de la orden, que pese a que "la red de las instituciones educativas de la Compañía es tan vasta que muchos piensan que la orden ha sido fundada para el apostolado educativo", la misión "del jesuita es muy amplia y no puede restringirse a un solo campo, por más importante que sea".
Tras afirmar que el centro de la próxima Congregación "será necesariamente la elección del nuevo prepósito general", el P. Kolvenbach indicó que eligiendo "a uno u otro entre los miles de jesuitas capaces de llegar a serlo, la Compañía dice entonces a que se atiene para su devenir: un profeta o un sabio, un innovador o un moderador, un contemplativo o un hombre de unión".
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Seguidamente, el sacerdote destacó que "el jesuita es un hombre en misión: una misión que recibe del Papa, de sus superiores, pero en última instancia del Señor Jesús, Él mismo enviado por el Padre. Los jesuitas desean continuar esta misión entre los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, especialmente en donde hay más necesidad. Esto comporta una presencia en las fronteras, que alguna vez fueron fronteras geográficas de la cristiandad; y que hoy son mayormente fronteras entre el Evangelio y la cultura, entre la fe cristiana y la ciencia, entre la Iglesia y la sociedad, entre la 'buena noticia' y un mundo turbado y confundido".
"Según las exigencias de esta misión se aprecia una increíble variedad de opciones y de acciones apostólicas, pero en todas se deberá apreciar tres responsabilidades: anunciar la palabra de Dios, vivir la vida de Cristo y testimoniar la caridad que el Espíritu solicita y alimenta", dijo luego el Prepósito General.
"En el esfuerzo intelectual que debe caracterizar a la universidad cristiana, los jesuitas del siglo XX quieren entonces seguir el camino trazado por Benedicto XVI a la búsqueda de una fe que ilumina los esfuerzos de la razón", prosiguió y añadió que "el teólogo católico no se lamenta por no ser autónomo en su investigación y en su pensamiento, porque ni siquiera la Iglesia es autónoma en su fe. En algunos textos patrísticos la Iglesia es asemejada a la luna, porque toda la luz de la que dispone para iluminarse le viene del sol".
"Cuando un teólogo, en plena fidelidad al Magisterio, lograr iluminar de manera personal y creadora las tinieblas de nuestras dudas y nuestro caminar, constituye un verdadero don del Espíritu. Ya San Pablo pide a la Iglesia asumir la fe en toda su integridad, sin apagar el espíritu que anima al teólogo", continuó.
Para el P. Kolvenbach, "la tarea de traducir a la práctica las líneas trazadas en el Concilio Vaticano no será nunca cumplida. Hace falta retomarla continuamente de nuevo, porque no se trata de modificar aquí o allá algunas prácticas de la Iglesia, sino de realizarla nuevamente, cambiando el propio corazón para dejarse tocar por el corazón de Dios. Por ejemplo el reconocimiento del rol de los laicos en la Iglesia no se puede limitar a designar a alguno de ellos en un puesto para un organigrama de la Iglesia, sino que llama a los laicos fieles a Cristo a asumir su misión específica en la Iglesia y por la Iglesia en el mundo".
"Asumir esta responsabilidad en la comunión en el Espíritu que es la Iglesia, exige una conversión del corazón. Concretamente, los numerosos movimientos eclesiales que son fruto del concilio no le piden a sus miembros una simple inscripción, sino el don de sí mismos", continuó.
"Eligiendo hablar del desarrollo post-conciliar con la expresión 'hermenéutica de la continuidad' Benedicto XVI dice que la renovación se anclará siempre en la vida de la Iglesia con su Señor que siempre hace nueva cada cosa. Nosotros no tendremos la última palabra: le toca a Él, que construye con nosotros una tierra nueva y un cielo nuevo", concluyó.